sábado, 30 de julio de 2011

Sin el honor que se merece

César A. Hernández*
Sábado, 30 de julio de 2011
No sé por qué piensas tú, 
Soldado, que te odio yo 
Nicolás Guillen

Lo conocí hace más de quince veranos. Compartimos el tiempo de juegos, de aventuras extrainfantiles, de descubrimientos excitantes, de deportes mal practicados y de vicios prematuramente adquiridos. Dentro de todo esto él era el intrépido, el aventurero, el atleta; yo, un ser fatigado de nacimiento, me quedé con los vicios, él se rehusó a entrar en ellos pues desde entonces ya tenía bien definidas sus aspiraciones.
Una tarde lluviosa llegó con una sonrisa de alegría y orgullo, esa que se dibuja cuando al fin se ha alcanzado lo que se anhela, y me lo dijo sin rodeos. Yo bien sabía que lo lograría pero algo en mí me hacia desear que fracasara en ese empeño; yo era el único mal amigo que no quería que fuera lo que él quería ser: un miembro, el más destacado, dijo que llegaría a ser, del ejército.
Recuerdo que se había ganado la admiración de muchos al defender a aquellos que sufrían los maltratos de los abusivos. Era como un héroe escolar, como un ejemplo de buen chico, era lo que, en el fondo, todos, incluido yo, deseaban ser pero nunca tuvieron el valor de decidirse a serlo. Llegué a creer que era envidia mi deseo de su fracaso, pero luego cuando dejé de verlo comprendí que era miedo de perderlo; miedo a que dejara de ser el chico que hacía cosas buenas por  puro gusto; miedo a que dejara de ser un ser libre; miedo a que, como ahora, dejara de ser.
Hoy, entre cervezas y  cigarros, un conocido me dio la noticia; fue en un enfrentamiento entre su destacamento y miembros del crimen organizado. Ocho muertos, entre ellos él. Según una nota, en la que se omitían nombres, más de trescientos disparos fueron percutidos, dieciséis de los cuales perforaron su cuerpo. 
Con el rostro desfigurado y sin el honor que se merece, yace ahora en la sala de la que fue su casa. Entre llantos y reclamos, entre oraciones y plegarias sólo esperamos que su alma descanse y que no haya en este mundo un ser humano más que muera por el afán asesino de propios y ajenos; que la vida deje de ser condicionada a la trayectoria de las balas y que los deseos de contribuir para mejorar de algunos no sean justificación para disponer de sus vidas tan valiosas como las de cualquiera.
El adquirió la responsabilidad de servir y ese fue a sus ojos un gran logro. Lástima que los que ordenaban de qué forma se tenía que servir no sirvieran para eso.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.

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