sábado, 23 de octubre de 2010

La fiesta del reencuentro

César Armando Hernández Bahena*

La multitud se congrega, todos están listos para salir de ese lugar aunque sea por una noche con su respectivo día. El momento de la reunión está cerca, algunos de ellos de tantos años de estar ahí, ya saben cómo es esto de las visitas a los familiares, los reencuentros, y las mejores formas de hacerse presente. Algunos otros son nuevos, y su poca experiencia podría espantar a los pobres desprevenidos que los esperan. Mientras que otros, a los cuales nadie espera, solo a eso se dedicarán: a espantar inocentes y a apropiarse de los manjares ajenos, aunque nunca falta un alma bondadosa que deja un poco para ellos para que no se pierda la costumbre y sigan visitándonos todos y en bola.
Algunos ya ni saben a quienes visitan, tantos años de estar por allá que tal vez ya ni reconozcan a la familia, ni la casa, ni siquiera el sabor de aquello que hoy se les ofrece y que solían comer y beber gustosos cuando aún por acá andaban. Pero la intención es lo que cuenta. Preparar con esmero, aunque en ocasiones no tanto, los manjares; arreglar con muchos ramos de flores olorosas la morada y tapizar el camino que han de recorrer con el calor y la luz que sólo las ceras pueden brindar.
Ya el pan está recién horneado, el mole en el brasero, la calabaza en dulce en su punto exacto, el mezcal preparado, las pipilitas, el ate y las alegrías tan dulces como siempre. Todo ese olor a vida se mezcla con la humareda reacia del copal tatemado.
Ya se oscurece y aquellos seres corporalmente ausentes emprenden el retorno al mundo que alguna vez fue de ellos y en el que en vida dejaron montones de recuerdos que hoy como siempre, se harán presentes, con la diferencia de que este día ellos los revivirán junto a los que en algún momento los lloraron y hoy los vuelven a llorar al sentirlos de nuevo aquí, junto a ellos, tan gustosos y complacidos por ese recibimiento tan solemnemente festivo.
Después se irán de nuevo, arriados por la dama de la sonrisa eterna, aquella que no puede ocultar su alegría de ser bienvenida a la fiesta, no como lo que es, sino como una invitada más, que se embriaga de placer al sentir el calor que la vida puede dar. Ya después de un año volverá, y con ella todos los que hoy la acompañan y los que en el camino se vayan encontrando y aquí los recibiremos, como hoy, como año con año lo venimos haciendo y si para entonces ya no podemos, de cualquier forma disfrutaremos de la fiesta.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.

sábado, 16 de octubre de 2010

En un instante todo cambia

Angélica Ayala Galván*


Me siento cansada, de pronto todo se nubla, todo se calla, un silencio absorbe mi alma, pareciera que el tiempo se detiene, pero la vida sigue y yo sin poder hacer nada.
Hay quienes dicen que no cambiarían nada de lo vivido, sin embargo, hoy es el día en que todo falla, se sale de control y sigo sin poder hacer nada.
Hoy me gustaría cambiarlo todo, la libertad, la racionalidad, los sentimientos, esos que en algún momento sin querer se construyen y se internalizan sin mi consentimiento, en un suspiro aparecen y se desvanecen de forma instantánea al observar que un alma poco a poco se apaga, se disipa, desfallece, y yo sin poder hacer nada.
Una vez más, percibo que en un instante todo cambia, la vida es una ruleta que con el andar se transforma, pasa en un segundo a tu lado y en ese mismo instante se marcha.
De pronto, un miedo invade mi cuerpo, presiento que a mi alrededor las hojas hablan, más allá los puñales por la espalda me atacan y yo sin poder hacer nada, sólo una impotencia invade mi existencia.
Hoy todo es raro, todo es nuevo y la razón no deja expresar los sentimientos. Tal vez un día de estos encuentre el saber que me permita sentir lo que no siento.
En un instante, un destello se acerca hacia mi alma, la voz de un ser que sin saberlo ha cambiado mi mirada, me hace fuerte, me da paz y todo cambia.
Cambia en el momento preciso para recordarme que el aprendizaje, la comprensión y la razón también me permiten crearme una esperanza, una fe, en la que voy a creer que la vida en un segundo se marcha, antes que eso pase, prefiero olvidar los malos ratos que se presentan en la vida cotidiana y que no tiene caso recordarlas, porque al final todo es más agradable sin rencores, sin nada que pueda amargar mi alma.
Aun sabiendo que en algún momento mi mirada y mis sueños se desvanecían al observar que una daga se incrustaba en la raíz que daba oxígeno a ese mundo en el que nadie sabía explicar nada, sólo una luna era bastante clara y que hoy es el motivo de continuar mi vaga idea de esperanza, aunque ella camine junto al viento y yo no pueda alcanzarla.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades de la UAEM
angyayala@yahoo.com.mx

sábado, 9 de octubre de 2010

“¿Es lo menos?”: el sabroso arte del regateo

Samantha Brito*


Como una alternativa cercana, posible y aventurera, unos amigos y yo decidimos ir a vender artículos, que bajo el criterio obligado de desprendernos de todo lo material, juntamos todo cuanto pudiera pedirse algo a cambio, preferiblemente dinero en el tianguis dominical de Chamilpa.
Llegamos temprano con una esperanza conmovedora que nos impulsaba a gritar: ¡Páseeeeleee, páseleee! O algo así como “¡No lo vendo, lo remato, llévele! sin embargo, no habíamos atendido que dentro del tianguis se edificaba un espacio con jerarquías establecidas y una posibilidad de reproducir el agandalle; tanto de hombres como mujeres a través del regateo.
Estábamos extendiendo nuestro puestecito, con unas bolsas negras de basura y aún no colocando los objetos en el suelo, dos personas se acercaron a cerciorarse de las cosas que traíamos.
Un señor, de aspecto cincuentón, de barba y cabellos grises me preguntó inquisidoramente: ¿A cuánto los tenis? No es por exagerarle al lector la calidad pero eran un par de tenis converse, color verde agua y que solamente tres ocasiones habían sido utilizados. Con estos antecedentes, me atreví a contestarle que me diera 100 pesos por ellos, siendo que en las tiendas rebasaban los trescientos.
Con una mirada de ¿qué dices?, me respondió estoico, “no puedes dar caro en un tianguis”, pero muy a pesar de la tranquilidad de su voz, se perfilaba en cada palabra, la imposición varonil dentro de un espacio comercial y que realmente lo que me dieran por mis cosas, no iba a ser otra cantidad más que el otro quisiera darme. Ese otro que podía ser un re-vendedor o cualquier interesado con la experiencia del arte del regateo, y con ello, me di cuenta que podía regalar hasta el alma sino me ponía a las vivas.
En fin, todo esto, representaba una estrategia alterna de sobrevivencia económica, aún cuando fuese la cantidad que fuese, sería dinero que nadie me daría. Recordé que soy universitaria, humanista y si mi suerte lo dictaba, en unos años, una dichosa o frustrada antropóloga.
Independientemente de esto, el tianguis como un espacio reflector de la cultura reclama atención para vislumbrar aspectos de los individuos como la expresión de una sociedad, en donde se nos ofrecen las gangas, lo que permite acceder a la estabilidad y bienestar; sentirse pudientes en un tiempo de crisis económica y social, construyéndose como una posibilidad de recreación, es decir, estar en crisis, pero ir de compras, obteniendo desde un termo hasta unos calzones no tan lindos de a peso.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM
lamunequitaverde@hotmail.com

sábado, 2 de octubre de 2010

Contemos-nos

Ricardo Molina Domínguez*
Sábado, 2 de octubre de 2010

Este año tuvimos el censo y yo me pregunto ¿todos contamos? ¿Algunos cuentan más? ¿Pusieron atención a las preguntas que se hacían y a las que no? a tal grado que a tantas preguntas ya no se reclama con ¿eres policía?, por lo menos estos días es ¿qué, eres del Inegi?
En este sexenio del empleo uno se pregunta: los que tienen trabajo ¿cuenta más? Y ¿los que no?
En conteos pasados la pregunta era ¿usted tiene trabajo actualmente? Y actualmente es ahora, es decir: hoy no soy desempleado. La pregunta que se manejó en el Censo 2010, fue: ¿usted tuvo trabajo la semana pasada? No esta semana y menos el día que transcurre, sino la semana pasada. Eso no es todo, sino que los encuestadores tenían que poner que si usted trabajó por lo menos una hora la semana pasada ya era una persona empleada ¡una hora! Ni siquiera el día, menos la semana, por supuesto que esto baja drásticamente los números en desempleo, y las estadísticas cambian. Claro que a nosotros no nos van a decir que el que tiene trabajo trabaja sólo una hora, para nosotros eso no es tener trabajo, eso es sólo una chambita pasajera.
Una familia integrada por cinco personas ¿puede comer con el salario de una hora? si gano lo que gana Slim en una hora… pues sí como, no una semana, toda mi vida; el caso es que pensemos si realmente contamos, si los datos nos dejarán satisfechos. Es este el sexenio del empleo, creado, ganado o perdido; yo no lo sé realmente, con este dato ¿usted lo sabe? Porque si lo sabe, dígalo.
Con el fruto del salario de una hora de trabajo la semana pasada ya sobrevivir es un gran milagro, y no digamos los gastos que genera buscar trabajo: transporte, papelería, periódico, internet, la tortita y el refresco al medio día; definitivamente no alcanza.
Por supuesto que las estadísticas tampoco nos dan de comer, pero sí hablan, y ¿ahora también vamos a manejar las estadísticas a nuestro antojo? al nuestro no, pero ¿de qué sirve manipular números si yo, o mi hermana, el vecino no tiene trabajo? Creo que no de mucho, menos en las urnas, que es dónde realmente les importa (porque ahí también cuentan) ¿contar? pues con que pueda contar que comí hoy… eso ya es ganancia.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.