viernes, 15 de julio de 2011

Anuncio comercial

Patricia Romero Ramírez*


Soledad abrió la puerta de su recámara. En la mano derecha llevaba la botella de un líquido amarillo, espumoso y muy frío, en la izquierda un cuchillo de cocina. Su cara traslucía una tristeza aterradora. Encendió el televisor y una vez más transmitían aquel comercial que le repugnaba tanto. En él, con apenas unas prendas cubriéndole el cuerpo, Soledad anunciaba la marca de una bebida alcohólica. En ese instante recordó la lascivia con la que los hombres hablaban de la hermosa modelo y sintió asco, se tapó con amabs manos los ojos y lloró de impotencia. Mientras las gotas saladas rodaban por sus mejillas vinieron a su mente un montón de recuerdos…
A ella le gustaba la actuación desde muy chica, mas nunca tuvo las posibilidades económicas para estudiar teatro. Tenía una cara muy linda, era alta, de cuerpo delgado y tez clara, y su familia y amigos le decían siempre que poseía la belleza de las modelos de pasarela. Por ello, la animaban constantemente a que hiciera casting para alguna de las grandes televisoras. “Puedes ser conductora y ganar mucho dinero” –le decían ellas– pero eso no le importaba. Soledad no sentía atracción por ser artista de televisión, no buscaba ser famosa o ganar mucho dinero, solo quería actuar, gozar de lo multifacético que pueden ser los actores.
No obstante, un día sus amigas la convencieron. Televisa lanzó una convocatoria para ser modelo en un programa matutino, y Soledad se animó a participar. “Son las ganas de actuar –dijo– no la belleza de la que tanto se hace alarde. Un mes después le avisaron que el resultado era favorable, y que inmediatamente debía presentarse a las oficinas. Animada acudió al llamado, y al llegar, sin darle muchas explicaciones, le pidieron que firmara el contrato por seis meses. No tardó en descubrir que había cometido un error. Le avergonzaba el trato que le daban a cada una de las chicas, pues lo único que al productor le importaba era que mostraran su cuerpo. A ella le incomodaba el uso de diminutas ropas, el exceso de maquillaje, y aquellas formas de bailar que en nada le convencían, pero sin duda lo que más le fastidiaba era el comentario de su jefe: “el que no enseña no vende”. Quiso salir de ahí, pero le preocupaba el contrato que estaba de por medio, temía a la demanda. Un día le obligaron a filmar un comercial de la cerveza “Corona”, y se sintió degrada, por la forma en la que pedían que anunciara la bebida; los movimientos, los gestos, las posturas y actitudes que debía tomar le causaron aberración, y más aún el éxito del comercial; las frases hirientes que las personas decían al mirar la publicidad la llenaban de coraje.
De repente volvió en sí, y pensó en que ella no quería pasar más por ello pero seguramente el productor no le permitiría cancelar el contrato. Entonces colocó la botella sobre el piso y con el cuchillo cortó su cuello. Cuando los peritos llegaron al lugar buscaron alguna pista que revelara homicidio, pero en lugar de eso encontraron un televisor repitiendo una y otra vez el mismo comercial, una mujer fría y una cerveza caliente.

 * Estudiante de Letras de la Facultad de Humanidades UAEM

andro0717@gmail.com

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