lunes, 21 de diciembre de 2009

“La tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra”

Angélica Ayala Galván
Sábado, 19 de diciembre de 2009

Hace algunos días en una clase analizamos un texto del artista y escritor alemán Erich Scheurmann, titulado Papalagis, que significa hombre blanco, pero que literalmente quiere decir “quebrantador de los cielos”. Esta lectura realiza una descripción del hombre globalizado a partir de la perspectiva de un jefe samoano perteneciente a los grupos polinesios, el cual se desarrolla en un medio en el que la naturaleza es lo primordial.

Este texto me recuerda que en la actualidad, la sociedad se encuentra inmersa y dominada por un entorno en el que, las más de las veces, las personas construyen su contexto con relación al dinero. Si bien es cierto que el sistema capitalista ayuda a regular los bienes y a mantener un equilibrio económico, también es innegable que ha formado seres ambiciosos, a quienes lo único que les interesa es la posesión de más y más objetos, muchas veces innecesarios.

La sociedad se encuentra inmersa en un mundo de mentiras, por lo tanto, es complicado reconocer la verdad, pero más que eso, nuestra verdadera realidad. En la actualidad empezamos a percibir que la promesa realizada por gobiernos anteriores de que el progreso se podría lograr por medio del capitalismo sólo ha generado repercusiones de índole social y natural, como es el caso del cambio climático. Sin lograr obtener realmente un verdadero desarrollo.

Se dice que somos la sociedad del sobreconsumismo, diría que sí, no sólo de productos innecesarios, también lo somos a partir de la sobreexplotación de nuestro medio ambiente. En la actualidad, debido a que estamos imbuidos en cuestiones económicas o políticas, olvidamos que dependemos de los recursos naturales. Por ello, es necesario tener en claro que por más que se realicen inventos tecnológicos y tratemos de encontrar respuestas a todas las interrogantes formuladas por el ser humano, nunca podremos tener el control de la naturaleza y menos de las catástrofes naturales.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades de la UAEM.

sábado, 12 de diciembre de 2009

La comodidad del engaño

Samantha Brito*
lamunequitaverde@hotmail.com
Sábado, 12 de Diciembre de 2009

Quienes acostumbramos criticar los aspectos políticosociales nos hemos cansado de hablar de la represión y nos hemos empantanado ideológicamente en juzgar solamente a las instituciones y no a los individuos que nos definimos como el pueblo.

Es cierto que los métodos del Estado mexicano para mantener el orden de las sociedades provocan repugnancia e impotencia. La restricción de los derechos fundamentales, en cualquiera de sus modalidades, se silencia con amenazas, persecución y en la faceta más oscura, con la desaparición y el asesinato, que fácilmente se le atribuyen al narcotráfico.

Sin embargo, culturalmente, los mexicanos tenemos implícita una personalidad dual. Por un lado, ser represores pero al mismo tiempo, ser reprimidos, por el otro. Depende de cómo, en qué situación y con cuánto poder nos toque actuar. El fenómeno de la represión es un reflejo de lo que los mexicanos conciben como orden, poder y justicia. No debería sorprendernos los actos represivos, porque se dan a escala, desde lo que no se dibuja siempre como “el hogar dulce hogar”, hasta las instituciones mayores que nos regulan.

Entonces no cabe juzgar solamente al gobierno, porque ellos son ejemplares del todo lo que representa el ser mexicano. Sabemos que no podemos concebir la abundancia y es por esto que el dinero y el poder nos enloquecen cuando se nos presentan vestidos de excesos.

Por ello, apelo a la conciencia ciudadana, pero ésta va más allá de toda erudición o ignorancia. También se ve maniatada por el hambre y la pobreza, lo que evidencia la incapacidad gubernamental para la satisfacción de las necesidades básicas, impidiendo así que los ciudadanos puedan reflexionar sobre la situación actual del país.

No se trata solamente de indiferencia colectiva o represión como fenómenos aislados, sino que hay toda una serie de herencias y condiciones culturales que atrapan al mexicano a ser de cierta manera, no afirmo con ello que sea imposible el cambio, sino que será un proceso largo y tal vez muchos de nosotros no lo atestigüemos.

Debemos desistir de la actitud permanente de victimizar al pueblo y condenar solamente a la célula gobernante. Engañémonos, pero no recurramos a la mentira. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a reconocer que también el pueblo es responsable de lo que ocurre en México?

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades de la UAEM.

Un sollozo del futuro, prueba del presente

Citlali Rossalí Salazar García*
Sábado, 05 de Diciembre de 2009

Alguna vez pensé que todo lo que actualmente ocurre se encontraba lejano aún, que no lo llegaría siquiera a vivir. Todo llegó a ser visto como una película de ciencia ficción: la terrible devastación ambiental como cuarto jinete apocalíptico; la crisis económica que se vuelve más palpable ante la falta constante de dinero; la imposición de los gobiernos y totalitarismos aquí y alrededor del mundo, entre muchas otras cosas.

Sé que en el presente el mundo está mal, pues el capitalismo ha impuesto una forma diferente de pensar en la sociedad, lo vemos reflejado en las calles, sobre todo en las grandes ciudades, en publicidad y anuncios, que crean una cultura de consumismo, simplemente “comprar y tirar”. El poco cuidado hacia la naturaleza es consecuencia de este consumismo; la gente se ha acostumbrado a vivir, dándole una valoración incierta a las cosas, es decir, el costo por cuanto es usado un objeto y por cuánto dinero se puede cambiar éste por otro, entonces ¿cómo evaluar todo lo que es natural y libre?

Los espacios verdes se reducen por la tremenda deforestación y a veces denunciar trae consecuencias negativas, como represión, tortura o asesinatos. La vida se vuelve más agitada, el canto de las aves de pronto se desvanece sin que lo notemos siquiera. Los fenómenos ambientales, como el calentamiento global, han tenido en los últimos años, un proceso de aceleración, que en el presente trae consecuencias que se vislumbraban para el futuro.

El pretexto: “ya no hay tiempo”, “tengo que trabajar”, “salir adelante”; ya no hay tiempo para escuchar a nadie ni a nada; se desmoronan las relaciones humanas, nadie mira a su alrededor, nadie contempla siquiera lo que está a punto de desaparecer. El consumismo una vez más ha encontrado una razón para seguir formando riqueza, pisoteando la clase baja, destruyendo los recursos naturales, matando animales, rompiendo hábitats, creando muerte, odio, guerras sin tregua, humo, contaminación.

El planeta mismo se asfixia por la destrucción y voracidad de una especie. Nada parece tomarse en serio, pocas personas tienen el don de darse cuenta, de ver lo que sucede; la cuestión ambiental se toma por moda, no como una forma de vida sustentable, que proyecte hacia el futuro y proponga a los gobiernos algo mejor de lo que se vive ahora.

* Estudiante de la Facultad de Humanidades UAEM.