sábado, 16 de febrero de 2013

Suposición

Patricia Romero Ramírez*
Sábado, 3 de noviembre de 2012

En realidad no estaba parada, ella decía que estaba de pie, pero mentía, no estaba parada. Del otro lado de la bocina él no estaba acostado, decía que estaba tumbado, pero mentía, no estaba acostado. Llevaban 10 minutos hablando por teléfono. Ella se encontraba en París (o por lo menos eso pensaba él, así como también pensaba que ella estaba parada), él estaba en Buenos Aires (o por lo menos eso pensaba ella, así como también pensaba que él estaba acostado). En esa llamada se habían dicho apenas unas cosas; un “te extraño” (de dientes para fuera), un “te quiero” (medianamente sentido) y un “¿cómo estás?” (pregunta obligada, pero absolutamente irrelevante). En el intercambio de formalidades, ambos se habían preguntado por el lugar en el que se encontraban. Ella había dicho Francia (nunca mencionó París), y él inmediatamente pensó que se encontraba cerca de la Torre Eiffel. Él, por su parte, había dicho Argentina (nunca mencionó Buenos Aires), y ella inmediatamente pensó que se encontraba recostado en la habitación de algún hotel cerca del Puente de la Mujer. Cuando él le hacía alguna pregunta ella respondía de forma breve, no quería profundizar, más bien quería hacer notar que la llamada le incomodaba. Cuando ella hacia alguna pregunta, en cambio, él respondía de manera extensa, pensaba que con eso ella se aburriría y no haría más preguntas. Ambos ansiaban que terminara la llamada.
La verdad es que ni ella estaba en París ni él estaba en Buenos Aires. Cuando ambos preguntaron por la ubicación del otro cada uno había soltado el nombre del país al azar. Ella miraba una postal del Sena y lo primero que pudo decir fue Paris; él, por su parte, se encontraba parado afuera de un restaurante de comida argentina y lo primero que pensó fue en Buenos Aires. Ninguno de los dos necesitaba sinceridad, pues juntos la habían perdido dos meses atrás, cuando decidieron terminar. 
Ella no habría querido mentir, pero necesitaba protegerlo. Él no habría querido mentir, pero necesitaba protegerse. Ella siempre fue demasiado autónoma y él demasiado dependiente. Ella argumentó monotonía, el tedio de ocho años apretándole el cuello. Él solo dijo estar de acuerdo. Él sabía del fotógrafo chileno que la esperaba en la estación de tren para llevarla a alguna parte. Ella ignoraba que él pudiera saberlo. Ella ignoraba que él pensaba matarlo al llegar a París.

* Estudiante de la Licenciatura en Letras de la Facultad de Humanidades UAEM.

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