domingo, 17 de febrero de 2013

Indignación y unión en memoria de las mujeres muertas en Morelos

Edalit Alcántara Pérez *

Sábado, 12 de enero de 2013
La compasión 
es una emoción inestable. 
Necesita traducirse en acciones, sino se marchita. 
¿Qué hacer con las emociones que se han despertado con el saber que se ha comunicado? ¿Qué hacer con las emociones de las imágenes 
que vemos en conjunto? 
Susan Sontag

Nuevamente, sentada frente a la computadora, me invade la ira al escribir sobre el tema de los feminicidios en el estado. Me contengo porque he decidido tomar la palabra para hacer memoria a las 46 mujeres muertas. Comprendo que mi ira debe convertirse en una indignación y reflexión que contagie a otras mujeres para levantar la voz y con esto me doy cuenta de que este camino no se puede andar si no es de la mano de todas: activistas, académicas, las que se encuentran en el ala gubernamental, feministas, conservadoras, mujeres urbanas, campesinas y obreras, por la sencilla razón de que la violencia feminicida y de género no distingue raza, credo o estatus social. Sin dejar de mencionar que la justicia en Morelos, y en México, está reservada sólo para los que saben hablar el lenguaje cifrado de las leyes y la manipulación de los procesos que entorpecen la justicia para las víctimas. Sólo juntas y aprendiendo el lenguaje de la hegemonía patriarcal en el poder podremos escarificar su memoria para que ésta no olvide el dolor de las madres sin sus hijas y a los hijos e hijas que inconsolables lloran el recuerdo de sus madres, me niego a que tanto sentimiento de indignación se pierda en la complejidad y engrosamiento de carpetas judiciales por la burocracia gubernamental indolente. En la unión presagio la fuerza avasallante para que se reconozca la negligencia, se imparta justicia y se pida perdón a nuestras hermanas muertas y sus familias como bien lo manifiesta nuestra compañera de lucha Marisa Belausteguigoitia: “las mujeres, a lo largo de la historia, han tenido que pedir perdón por una multitud de acciones: por querer leer, por no querer tener hijos, por quererlos y trabajar fuera del hogar, por querer placer, por querer estudiar, por querer gobernar. Uno de los signos de una sociedad democrática, que sostiene su avance hacia la vida respetuosa y digna en colectividad, es empezar a pedirles perdón por todo lo que se les ha hecho pasar, por todos los silencios, todas las torturas, todas las violaciones, todas las omisiones. El perdón acompañado de enmiendas culturales, de procesos legales, de recuento de privilegios, en sintonía con la libertad de elección, es sin duda un mecanismo profundamente reparador”.

*Estudiante de Letras de la Facultad de Humanidades UAEM.

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