domingo, 17 de febrero de 2013

La criminalización de la animalidad

Carla Silvia Campos Torres*
Sábado, 19 de enero de 2013

Seguramente, varios de nosotros sabemos del caso ocurrido el pasado 8 de enero del año en curso en la delegación de Iztapalapa. Para ser exactos en el cerro de la Estrella, donde se culparon a más de treinta y seis perros de haber asesinado a humanos.
Más allá de la controversia que pueda ocasionar la muestra de ineptitud por parte de la autoridades, hay algo que me parece importante analizar; el lugar de la animalidad en este crimen, la posición jurídica de los animales, en este caso los perros.
En la época actual podemos observar cómo el Estado, el poder político, ha construido y promovido la idea de que los animales, los perros sobre todo, son como los criminales pues amenazan la vida humana; ponen en riesgo la estabilidad de la sociedad, sobre todo en un espacio urbano. Como muestra de ello están las dependencias gubernamentales denominadas centros antirrábicos, donde se les da muerte a miles de perros, se les sacrifica porque representan una amenaza para el bienestar de los ciudadanos. Podría hablarse de una especie de pena de muerte. Una pena de muerte a la animalidad. El hecho de encerrar a los perros, de hacer redadas y trasladarlos como prisioneros nos muestra que se les trata igual que a los criminales en muchas de las cárceles modernas. Con el suceso que ocurrió hace días en Iztapalapa, lo que se hace es reafirmar que los animales, los perros, tienen dentro de sí un grado de criminalidad. Que la animalidad es, por la misma condición de irracionalidad atribuida arbitrariamente, criminal, peligrosa, amenazante; en consecuencia debe erradicarse, pero no debe ser erradicada únicamente a través de los animales sino en el mismo humano; esto se relaciona con lo que Giorgio Agamben, en su libro: Lo abierto: el hombre y el animal, menciona: “El hombre sacrifica la animalidad, incluso la que hay en él”. Siguiendo este presupuesto, puede explicarse parte de la lógica con la que han operado grandes exterminios humanos, por ejemplo el de los indígenas, donde la vida humana queda reducida a vida animal y por lo tanto no hay crimen contra ellos. Analizando a los grupos marginados, podemos observar que varios de ellos, si no es que todos, están estrechamente relacionados con la animalidad. La pobreza, por ejemplo, es un lugar común asociado con los perros. Así una sociedad moderna, rechaza la animalidad, como rechaza a los indígenas, a los indigentes, a los pobres y hace “limpias”, o programas de desarrollo. No nos sorprenda que, además de las redadas y la criminalización de los perros en el cerro de la Estrella, el gobierno del D.F. comience una campaña de modernización: poniendo alumbrado público, pavimentando calles; para después, vender esas tierras a grandes cadenas comerciales o a empresas privadas.
El caso de los perros de Iztapalapa no solamente da pie a críticas sarcásticas de la incompetencia de las autoridades, o a la solidaridad y apoyo por varios grupos de defensa de los animales. Este acontecimiento aborda también relaciones políticas con lo otro, en este caso con lo animal.

*Estudiante de Letras de la Facultad de Humanidades UAEM.
carla.s.c.t@gmail.com

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