domingo, 13 de febrero de 2011

Regalo de Dios

Everardo Martínez Paco*
Lunes, 27 de diciembre de 2010

Los espasmos en el bajo vientre se fueron acrecentando con una fuerza descomunal, el camino ya de por si fracturado hacia más y más penoso el viaje, María sentía morir, a nueve meses de embarazo sabía que en cualquier momento daría a luz; José que conducía aquel viejo Volkswagen oxidado, sentía el nerviosismo apoderarse de él con una furia incomprensible; el sudor que corría por el cuerpo de ambos se tornaba cada vez mas frío, los gritos desesperados de María ponían a José más nervioso; la velocidad fue subiendo a la par con los gritos de María, el automóvil oxidado temblaba con el acelerar de José; cada piedra que pisaban les regalaba una sacudida descomunal, la vereda que conectaba lo rural con lo urbano se hacía cada vez más cercana y más hermosa, José sintió una gran calma, un gran alivio, ya no escuchaba los gritos de María, el sudor ya no era frío, no sentía el nerviosismo, sólo sentía calma y felicidad, una calma y felicidad que se convirtió en terror al ver como su viejo, roído y oxidado Volkswagen se estrellaba con un poste de energía eléctrica. Dos campesinas que vieron lo ocurrido se acercaron con terror a ver lo que pasaba, un hombre sonriente yacía muerto frente al volante, mientras atrás una mujer estaba dando a luz, una hermosa cabeza se asomó de su entrepierna, rubia, angelical, blanca. ¡Es un niño! gritó una campesina mientras lo cubría y le cortaba el cordón, parecía que era todo. La gran calma que despedía este niño se esfumó cuando María sintió un espasmo aún más doloroso en el bajo vientre, una cabeza se asomaba de su entrepierna, una cabeza que pocos podemos decir que es humana, con unos pequeños botones asemejando unos cuernos, pelo negro, piel cobriza o rojiza y unas asquerosas patas de chivo, las campesinas corrieron aterrorizadas, mientras la madre cubría con amor a aquellos dos nuevos personajes que acababan de llegar a su vida, dos pequeñas personitas que María nunca quiso traer a este mundo y que sabía que sólo podrían crecer alejados uno de otro, se armó de valor y ahí al lado del cuerpo inerte de José decidió dejar a uno de sus hijos, mientras ella se alejaba el niño que llevaba en brazos sonreía viendo como su hermano lloraba sobre sus mejillas rosadas el desprecio de una madre abnegada.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM.

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