lunes, 14 de febrero de 2011

El desencanto de la congruencia

Samantha Brito*
Sábado, 5 de febrero de 2011

En esta ocasión, a modo de inventario, aparecerán cuestionamientos a la estructura social y un par de inconformidades, por lo que quiero advertir al lector que el siguiente escrito está colmado de apasionamientos y subjetividades que pueden colmar la paciencia.
¿Sirve acaso de algo defender mis convicciones políticas, mientras que en mi refrigerador no hay ni un huevo, ni frijoles, ni mucho menos un trozo de carne que comer? ¿Sirve de algo defender la libertad de decidir, la ideología, la inspiración, los sueños, la dignidad? ¿Sirve defenderlas cuando representan, no menos que complejas abstracciones dado el clima hostil en los campos económico, social, cultural y religioso? ¿Qué poder humano puedo usar para no sentir abrírseme las carnes del coraje por vislumbrar en los periódicos el discurso político que asegura, con falta de evidencia empírica, que la crisis económica ha sido superada?
No está de más poner el dedo en la llaga cuando la realidad nos confirma todos los días que la estratificación social se recrudece y las garantías que se aseguran en la Constitución son violentadas a placer de quienes mal manejan el poder. Porque si bien, tener un sueño y creer que tengo derecho a la dignidad me permite estar tranquila con mi conciencia, ¿cómo puedo estarlo, si necesito, no hablando de opulencia material, comer, vestir, contar con una vivienda digna y estudiar? Independientemente de que sean necesidades que se construyen socialmente, no me basta comprender para subsistir.
¿Cómo decirle al Estado, a mis gobernantes, a mis superiores que me acosa un pánico permanente de dejar mis estudios por falta de dinero? Y peor aún, que hablen de la insolvencia económica, como si se tratase de una decisión personal, porque “si estás jodido es porque tú quieres” y no porque se trata de un problema complejo y estructural.
No obstante de todo esto, comenzamos el 2011, estamos a un año de las elecciones presidenciales… no tardarán todos aquellos seres de la clase política en ir a tocar mi puerta, saberme con IFE y desplegar toda su estrategia alevosa, sonreírme, intentar seducirme con una retórica que me convoca al sueño y mentirme reiteradamente que esta situación cambiará… ¿De qué sirve el cansancio por repetir que el sistema se articula en la incongruencia?
¿Puedo acaso participar con un papel activo dentro de este proceso de comunicación? ¿O me toca mirarlos y callar? ¿Para qué decirles, si mis necesidades se convertirán en elementos indispensables para construir una estrategia política y satisfacer intereses de élite? Mientras que quizá el transporte público eleve sus tarifas y me obstaculice aún más asistir a la universidad, los trabajos sean cada vez peor remunerados y con horarios que no permiten la superación individual, concluyendo así que la educación es un lujo social. ¿Requiero, entonces, de abandonar el sentido crítico para poder aceptar las inequidades de una estructura social incongruente y poder “ser feliz”?

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM.
lamunequitaverde@hotmail.com.

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