Sábado, 9 de junio de 2012
Ricardo Molina Domínguez*
Esta columna lleva el título de un importante relato bíblico acerca del origen de la multiplicidad de lenguas sobre la tierra. Hoy pretendo hacer un pequeño homenaje a este espacio estudiantil universitario.
Tradicionalmente se ha leído la diversidad de lenguas como un castigo, yo prefiero leerlo como un reto que hemos asumido los colaboradores y lectores de esta columna, el reto de la comunicación; pues en ella colaboramos personas de distintas disciplinas humanistas, con pensamientos diversos e incluso divergentes, pero con un sólo fin: reflexionar, y con una convicción: la humanidad.
Intentar entendernos con el otro, a pesar de comunicarnos en español escrito, en ocasiones no es fácil; atreverse a intentar comprender al otro, a conceptualizar nuestra experiencia para hacerla comunicable, tampoco lo es.
Hoy la experiencia está devaluada, la experiencia de los viejos carece de importancia; lo que prima es el momento, es la fluidez de la vida; relatar la vida vivida es conceptualizarla, aprehenderla y donarla al otro; escuchar y responder en respeto y equidad es un reto; expresarse en libertad es difícil, más no imposible, atreverse a hacerlo es un triunfo.
El desafío de retornar a un lenguaje pre-babélico, dónde podamos entendernos todos, tal vez podamos encontrarlo en el dialogo mismo. Escucharnos desde nuestra humanidad no ha de significar ser iguales, idénticos; sino escuchar y comunicarnos en nuestra diferencia. El reto de la comunicación es un reto actual, comunicarnos es también informarnos y responder.
No quedarnos en la dispersión por la tierra, sino apropiarnos de nuestro lugar, de nuestra particularidad y hacernos comunicables, expresarnos no sólo con la palabra, también con el gesto, con el cuerpo, con las acciones, hacer práctico el pensamiento y encarnar la palabra que se comunica es exigir congruencia adueñarse de la vida.
*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.
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