viernes, 28 de marzo de 2014

Revoluciones

Jorge Salmerón*
Sábado, 8 de marzo de 2014

El General caminaba con desespero por el lugar. Con una mano en la barbilla y la otra en la cadera, le daba fuerte al análisis y a la reflexión. En algunos momentos, se detenía para mirar a su maltratado escuadrón, bajaba la mirada y volvía a encerrarse en sus pensamientos; proseguía nuevamente, caminando de un lado para otro: pensando, reflexionando, planificando, en círculos.
Sus inquietas y fuertes pisadas habían alborotado el polvo, una tos se escuchó en el fondo. Finalmente se detuvo, y con carácter y decisión a su tropa, profirió: “Tenemos que cambiar de estrategia, si queremos lograr algo serio”.
La tropa escuchaba atenta o por lo menos, eso aparentaba. La voz del General, cada vez más ronca, aumentaba y se incendiaba: ¡Algo que impacte, que despostille, si acaso, una pequeña parte de esta inmensa y putrefacta estructura! El ambiente comenzaba a agitarse y a tensionarse. ¡Tenemos que transformarnos radicalmente –rugía el General – nuestra revolución personal, nuestra propia revolución molecular! La lógica del discurso se perdía en momentos -¡Revolución! Individual primero, colectiva después. -¡Ser agentes de contagio!- clamaba desesperado.
-¡Santo cielo, el General ha enloquecido!- se escuchó una voz decir. Yo creo que sólo necesita descansar. En el fondo seguía resonando el discurso del General: “¡Tenemos que sitiar a la realidad para apoderarnos de ella!” Gritaba despavorido. En eso, me percaté que una niña de unos cinco años jugaba en un rincón sin ser vista o siendo ignorada. La escena se volvió irreal. Me sentí con ansiedad, desesperado, inquieto, impaciente y avergonzado. Me levanté, tomé mi rifle y me fui a otro lado del lugar. Trataba de calmar el torbellino que se formaba en mi cabeza. De pronto, una pelota púrpura rodó hacia donde me encontraba; la niña, que también yo había ignorado, fue por ella y la tomó con sus pequeñas manos, me miró con curiosidad, le sonreí y a su vez, ella me sonrió. Se dio la media vuelta y regresó a su espacio, sus sueños, sus juegos y a sus fantasías. Mientras se alejaba, miré el lugar, a la tropa, al General, y volví a mirar a la niña... Mientras se alejaba, sentí el coraje y la frustración más grandes de mi vida: -“No puede ser”- sollozó mi frustración; mi alma comenzó a retorcerse y mi corazón, en mil pedazos; volvió a estallar.

*Estudiante de Antropología Social de la Facultad de Humanidades, UAEM.

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