viernes, 28 de marzo de 2014

Muerte sin voz


Samantha Brito*
Sábado, 18 de enero de 2014

Ella nació en Acapulco. Tenía la piel morena, estatura alta para el promedio de las mujeres y unas caderas anchas. Tuvo a su primer hijo cuando tenía 20 años. Cuando contaba su vida, narraba que la razón de las varices tan pronunciadas de sus piernas jóvenes era el resultado de una golpiza que su padre le había dado al enterarse de su primer embarazo. Cerca de cinco años después conoció a quién sería su esposo y el padre de un segundo hijo, quien actualmente tiene 21 años. Posterior al parto de su segundo hijo, la hermana de su esposo decidió que a su cuñada le realizarían la operación que le impidió tener más hijos sin ser consultada. La diferencia de edad entre ella y su esposo era de 35 años. Dejar a cargo de su madre el primero de sus hijos fue una de las condiciones que ella tuvo que aceptar al casarse con él. Él, como buen ejemplar del varón machista y violento, la golpeó e insultó sistemáticamente por más de 20 años. En más de una ocasión se le veía por la calle con una mirada perdida, callada, tímida y sin mirar a los ojos a nadie. Sin lágrimas y sin palabras.
Era Día de Muertos cuando sus ojos comenzaron a verse amarillos. Lo único que dijo fue “-Me siento mal, me duele mucho el estómago. – ¿Desde cuándo te sientes así? –le preguntó. –Ya tengo un buen rato así, pero siempre lo dejé”. Al otro día la hospitalizaron en el IMSS. Le dieron un diagnóstico pronto; tenía cáncer. No había quién fuera a visitarla, más que una mujer con quien compartía amistad desde hacía ya 21 años, tiempo en el que los hijos de ambas fueron amigos inseparables. Esta mujer nunca la dejó, estuvo hombro a hombro con ella y de manera ocasional otras vecinas se solidarizaron. Su doctor de cabecera la desahució: el cáncer había pasado en un mes a etapa terminal. Esos treinta días transcurrieron entre hospitalizaciones inservibles y esa soledad que enfrentan algunas mujeres. La dieron de alta. Sus vecinas fueron convocadas por su amiga, quien había sido muy solidaria al tener la sensibilidad de percibir y dimensionar que la violencia que Angélica sufría por el maltrato de su esposo e hijo tendría un punto final, donde se lograría la anulación de ella.
Su esposo la golpeaba siendo longevo y 20 centímetros más bajo de estatura que ella. Pero la violencia que ella sufría nada tenía que ver con su estatura ni la complexión de su cuerpo o cualquier cualidad biológica, sino que correspondía a un orden de dominación de género, en el cual la violencia es el mecanismo indispensable para perpetuar la desigualdad entre hombres y mujeres. Ella se fue los primeros días de diciembre para pasar los últimos días con su familia en Acapulco. Justo en la primera posada, a las 10:30 de la noche aproximadamente, murió.

*Estudiante de Antropología Social de la Facultad de Humanidades, UAEM.

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