viernes, 28 de marzo de 2014

El tornillo de Artistóteles

Miguel Ángel Romero Méndez*
Sábado, 8 de febrero de 2014

Parecía tan fácil, tan simple, tan sencillo. Nada más lejos. Mi grupo de filosofía estaba compuesto de cuatro personas: Jaime, Ricardo, Blosio (así se llamaba) y yo. En el último año de la licenciatura, el Dr. Caicedo organizó un congreso de filosofía. A Jaime se le ocurrió decirle que si al terminar el congreso nos liberaba el servicio, nos encargaríamos de organizarlo y de que mucha gente asistiera a su ponencia “La metástasis postmasoquista, el humanismo precibernético y el Tornillo de Aristóteles”. El Doctor. aceptó, más por ahorrarse tiempo que por creer que una panda de filosofitos tuviera la capacidad convencer a alguien para que estuviera presente en su ponencia. Jaime y yo nos encargamos de conseguir las mesas, las sillas, el café, etc., y a los otros dos les tocó acarrear a la gente. Llegó el día y sorprendentemente todos cumplimos con nuestra misión. De alguna manera, se las habían arreglado para llevar a más de una docena de personas. La ponencia comenzó y ahí estaban todos, muy atentos, escuchando acerca del humanismo precibernético, cuando se escuchó un escándalo. El griterío lo producía un grupo numeroso de borrachos. Resulta que las personas que mis compañeros habían llevado, eran alcohólicos, a quienes les prometieron cinco litros de jerez si se presentaban limpios y hacían las preguntas que ellos le pasarían en un papel. Nunca se imaginaron que todos los “escuadrones de la muerte” se enterarían de su oferta. Los borrachos gritaban que no invitarlos al congreso era discriminación y que “violaban sus recursos humanos”. Y así empezó la discusión: que esto lo va a saber la comadre, que eres un borracho traidor, que tú ni digas nada porque eres igual y además no sabes quién fue Ristóteles y yo sí, que ay sí, ahora ya te crees un sabio, que saquen a los escandalosos, que usted cállese vieja metiche, que a la Doctora no le hables así, que no le pegues a mi amigo, que si tu abuela fuma. Voló un libro de Aristóteles, se rompió un vidrio, se escucharon gritos, un borracho me dio un soplamocos y a Blosio lo tundieron con un pedazo de longaniza. Después de la que armaron, Ricardo y Blosio ya se imaginaban expulsados, puesto que la bronca fue tan grande que hasta salió en el periódico. Afortunadamente para ellos, el Dr. Caicedo se tomó las cosas con humor y no los acuso, pero les liberó el servicio. No volvimos a ver a los borrachos y con el paso del tiempo olvidamos el incidente. Pese a todo, a veces todavía me pregunto: ¿de dónde carajo salió ese trozo de longaniza?

*Estudiante de filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.

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