viernes, 15 de noviembre de 2013

La cause et la conséquence (o acerca de cómo llegar a ser lo que se es)

Miguel Ángel Romero Méndez*
Sábado, 12 de octubre de 2013

Zoilo tenía cincuenta años y en su juventud había estudiado filosofía. No quiso ser filósofo ni profesor de filosofía. Para una cosa, decía, no tenía talento y para la otra, no tenía paciencia. Por ello decidió trabajar en algo alejado de la filosofía. Lo que nunca imaginó fue que su formación le impediría trabajar. Cuando se dedicó a limpiar albercas, le pareció demasiado irónico que uno no pueda bañarse dos veces en el mismo rio pero sí varias veces en la misma alberca y abandonó el trabajo. Fue cajero de un banco y nunca pudo cambiar un cheque. Cuando el cuentahabiente le solicitaba el efectivo, Zoilo, respondía con el siguiente silogismo: lo que no se ha perdido; se tiene. Usted no ha perdido nada. Ergo, usted tiene su dinero. Sobra decir que lo despidieron. Fue panadero y también tuvo problemas. Para empezar, sugirió cambiarle el nombre a la panadería por “Leviapan” o “Las palabras y las conchas”. Posteriormente, le cambió el nombre a los panes. Ya no se llamaban teleras, se llamaban categorías; los bolillos eran entes y las donas, singularidades. Lo peor vino cuando decidió crear sus propios panes. A uno, por ejemplo, lo nombró Absoluto. Este pan era una masa enorme que incluía a todos y cada uno de los panes que se hacían en esa panadería. A otro lo nombró el Ser, porque este pan era tan raro que todos creían saber lo que era pero nadie podía definirlo. Y Zoilo fue despedido. Después fue albañil y todo iba bien, hasta que un día el maestro de obras lo encontró sentado en posición reflexiva y cuando le preguntó si creía que quedarse sentado y pensativo era la mejor forma de construir casas; Zoilo respondió que él no estaba pensando sino preguntando y que, de acuerdo con Heidegger en “La pregunta por la técnica”, pensar es estar construyendo. Y de nuevo perdió el empleo. Trabajo de muchas cosas más y el final era el mismo: siempre fue despedido. Un día, se dio cuenta de que, sin proponérselo, había sido filósofo durante todo ese tiempo. Él, al que le siempre le decía que no servía para nada; él, que no se sentía capaz de ser filósofo. Y es que la esencia de los filósofos es precisamente esa, que no sirven para nada.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM
miguelromz@gmail.com

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