viernes, 15 de noviembre de 2013

Bibliotebúnker

Rodrigo Alexander Uribe Cevallos*
Sábado, 2 de noviembre de 2013

De pronto no tuvimos más que papel, y corrimos a refugiarnos. Foucault soltó un párrafo junto con risas discretas: “entre el conocimiento y las cosas que éste tiene para conocer no puede haber ninguna relación de continuidad natural. Sólo puede haber una relación de violencia, dominación, poder y fuerza, una relación de violación. El conocimiento sólo puede ser una violación de las cosas a conocer y no percepción, reconocimiento, identificación de o con ellas”. De ser cierto lo anterior, pensaba en las implicaciones de aquel consejo de un anciano anacrónicamente pedófilo que decía “conócete a ti mismo”. Pero Derrida, con total indignación y un poco más de vanidad, terminaba su pugna y proponía: “Ninguna invención, pues, sino sólo una poderosa combinatoria de discursos que se nutre de la lengua y está condicionada por una especie de contrato social preestablecido y que compromete de antemano a los individuos”. Los murmullos se intensificaron. Por alguna razón extraña, extraña por no pertenecer a la supuesta naturaleza de la razón, y a pesar de las diferencias para decidir si la historia se encontraba plagada de rupturas o desplazamientos binarios, una cosa podía sentirse en el ánimo desgastado de quienes se encontraban presentes, lo real y crudo de la violencia no responde ante los argumentos, ante el lenguaje, sino que, por el contrario, funciona a través y por medio de él. Entonces Benjamin con un arma en la mano, para él mismo o para el enemigo, nunca se sabrá, expresó con voz impávida: “podría tal vez considerarse la sorprendente posibilidad de que el interés del derecho, al monopolizar la violencia de manos de la persona particular no exprese la intención de defender los fines de derecho, sino, mucho más así, al derecho mismo”. Se escucharon llantos, sollozos, suspiros, gritos, golpes, insultos, pero de fondo las plegarias no se detenían. Entonces Zîzêk, agarrándose la nariz y con prisa, señaló: “la violencia subjetiva es simplemente la parte más visible de un triunvirato que incluye también dos tipos objetivos de violencia […] una violencia «simbólica» encarnada en el lenguaje y sus formas, la que Heidegger llama nuestra «casa del ser» […] otra a la que llamo «sistémica», que son las consecuencias a menudo catastróficas del funcionamiento homogéneo de nuestros sistemas económico y político”. Habíamos llegado a un punto en el cual era imposible seguir ignorando y evitando esa mentira, era el momento de hacerla verdad, de tomar el riesgo y re-conocerse en la violencia. Pero la colosal bestia tecno-científica no servía a nuestros intereses. De pronto no tuvimos más que papel, y, lamentablemente, corrimos a refugiarnos.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.
rauc1989@gmail.com

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