viernes, 15 de noviembre de 2013

Entre hoyos y agujeros

Jorge Salmerón*
Sábado, 9 de noviembre de 2013

“Estoy fuera del agujero”, pensé mientras caminaba maravillado en un paisaje semidesértico, buscando alimento. Hacía un día apenas desde que me había escapado de mi cueva. Solía vivir en algo así como un termitero: agujeros, cámaras subterráneas, redes de túneles que se interconectaban entre sí; todo individuo ahí contribuía a cavar hoyos, a levantar paredes, a conectar túneles que formaban una extraña estructura que nadie comprendía, pero que todos resentían a su manera.
A mí me tocaba rascar hoyos en las paredes; si una de éstas se caía, alguien más venía y reparaba el error: un especialista en levantar paredes y muros. Yo, un especialista en rascar hoyos en esas paredes. Fue por accidente que logré salir de ahí, pues mi resignación a una vida de sujeción a necesidades que, resultaba, ni siquiera eran necesarias, sobrepasaba mi antiguo deseo de escapar de ese lugar, por lo que había dejado de intentarlo desde hacía ya un tiempo.
Un día -¿O era noche? A veces era difícil saberlo, pues suele estar oscuro en ese lugar y la luz artificial que brilla ahí, sólo para unos cuantos suele brillar-, me invadía un coraje, una ira que me empujaban a querer romper algo, así que rompí una escuadra. Tan fastidiado de seguir normas fijadas, comencé a rascar un hoyo hacia abajo, hacia la profundidad, no hacia los lados o hacia arriba como se me tenía ordenado; no es que no se rascaran hoyos hacia abajo, pero sólo ciertos individuos estaban capacitados para esta labor, pues es peligrosa, no sólo porque se puede perder la vida, sino porque también se puede perder el corazón; las cosas que uno puede encontrar ahí... se debe tener cuidado. Así que comencé a rascar hacia abajo, comencé a hundirme hacia la profundidad.
Hablar sobre la travesía de ese espacio conllevaría relatos de mucha confusión y locura, pero también de mucha alegría y hermosura, en otra ocasión será. Por el momento digamos que en un momento de mi hundimiento, decidí detenerme y cavar hacia un lado, donde conseguí abrir una salida hacia el exterior. Maravillado por un paisaje semidesértico, decidí a salir a buscar provisiones por el lugar. Era la primera vez que salía del “termitero”, era la primera vez, desde hacía un tiempo, que volvía a sentirme libre, con vida y completo.

*Estudiante de Antropología Social de la Facultad de Humanidades UAEM.

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