domingo, 30 de junio de 2013

¿Mujeres juntas ni difuntas?

Samantha Brito*
Sábado, 26 de marzo de 2013

Las feministas son, en efecto, diferentes, pero siguen siendo mujeres.
Marcela Lagarde y de los Ríos

Más que permanecer solamente en la reflexión general de la violencia contra las mujeres por parte de los hombres, es necesario que las mujeres que adoptan el feminismo como posición política recuperen la discusión un poco introspectiva y replantear cómo hemos entendido el feminismo y cómo nos relacionamos entre nosotras, qué patrones de violencia reproducimos en una lucha que busca reivindicarnos de todo el peso de la invisibilización de la historia. ¿Qué tiene de relevante la introspección sobre cómo es el encuentro entre nosotras? 
La vida social está organizada, de tal modo que las únicas maneras de existir son la familia o la pareja (siempre heterosexual por supuesto). No hay espacio para las expresiones alternativas de arreglos familiares o con una misma. Por lo tanto, se desarrolla un proceso de aprendizaje y asimilación de la soledad y el asilamiento para cumplir exitosamente con el rol pasivo y dependiente. Aunado a eso, desde pequeñas aprendemos a mirarnos entre nosotras como una metáfora de lo maldito, la mala mujer, la puta, la loca, mi enemiga. Al nombrarla “mi enemiga” es la única cualidad de la cual me apropio y automáticamente me distancio. Recientemente leía una columna que decía que tenemos derecho a ser malas mujeres. Pero ser “malas mujeres” es ser transgresoras, romper con esa tradicionalidad que reprime una sexualidad erótica, que obliga al sacrificio por los otros, al silencio y aislamiento. No aniquilar a la otra en términos de competencia por un bien masculino.
Uno de los aspectos que señala Marcela Lagarde que forma parte de ese amplio espectro de dominación que reconocemos como patriarcado, es ese extrañamiento entre mujeres, a lo cual se ha referido como escisión de género. Esta enemistad histórica que perpetúa la condición cultural de las mujeres en los lineamientos de la inferioridad por medio de la competencia es un fenómeno real que debe ser atendido por las feministas y activistas afines para poder consolidar la incidencia en la transformación política de las estructuras de opresión que nos coloca no solamente a las mujeres sino a gran parte de los grupos sociales en desventaja y con predisposición a vivir violencia.
Necesario es reconocer que existimos una diversidad compleja de mujeres que no siempre coincidiremos ni mucho menos se consolidarán negociaciones que concluyan en el consenso. Hay lugar para el conflicto y la rivalidad. Porque somos producto de una estructura que nos disciplina con violencia tanto a hombres como mujeres. El presentarnos con la careta de feministas e involucrarnos ideológicamente con el feminismo no nos garantiza destruir las desigualdades de género, es más asumámoslo, reproducimos el poder en la única manera que nos han hecho concebir nuestra visión del mundo: patriarcalmente. 
En este sentido, Lagarde puntualiza que las alianzas y los pactos entre mujeres que convergen de pronto en una amistad en sí misma, representa un acto revolucionario, una vez que tal como somos construidas culturalmente, estamos predispuestas a mantener distanciamiento entre nosotras privilegiando nuestras diferencias patriarcales. Pero es necesario, construir, si bien no la sororidad –hermandad entre mujeres- porque no es posible con todas por nuestra misma diversidad, sí aquella capacidad de negociación, búsqueda de consenso y por supuesto, mirarla como una potencial aliada para de verdad subvertir ese sistema que tanto nos daña. Reivindicar esa revolución siempre pendiente. Mi cuerpo es mío y ella no es mi enemiga. De otra manera es darle la vuelta.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM.
lamunequitaverde@hotmail. com

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