martes, 11 de agosto de 2009

El fin de los tiempos

Isaac Pueblita Zavala*

Personalmente, el fin del mundo ha tomado otro cariz. Ya no es una visión apocalíptica de fuego y destrucción, ni una oleada de desastres naturales incontenibles, ni siquiera un paisaje de explosiones nucleares y cadáveres calcinados. No provoca miedo o desesperación; es un evento que lleva ocurriendo durante décadas y que paulatinamente se ha convertido en algo aceptado, e incluso bienvenido. La competencia entre el bien y el mal finalizó con un empate bastante bien asimilado por los espectadores, quienes ya estaban aburridos en el segundo cuarto. Los cuatro jinetes fueron el espectáculo de medio tiempo.

El mundo se cansó de esperar a los héroes y la humanidad contempló el fin con una mirada amarga y sarcástica. Después de todas las teorías y planes fallidos, repudió la idea de ser rescatada.

Por todos lados vemos revolucionarios de juguete, mártires sin nada que sacrificar; ondean estandartes y promueven movimientos de hacer conciencia, recurren a discursos gastados y se obsesionan por defender conceptos cuyo significado dejó de importar hace años. La gente mira hacia otro lado, harta de fantasías sobre justicia, valores familiares y derechos universales; implora de rodillas por una dosis más que le haga olvidar, que le llene de satisfacciones inmediatas y justifique su depravación y mediocridad.

La sensibilidad se ha vuelto un lujo; la belleza de las artes y las capacidades emocionales se convirtieron en dones exclusivos de desadaptados, los cuales, lejos de ser ensalzados, son perseguidos y discriminados por los vacíos e insensibles. Las sinfonías y oberturas fueron sustituidas por ritmos monótonos y líricas superficiales. A su vez, la escultura se traduce ahora como la venta en masa de artículos prácticamente inaccesibles; productos de necesidades manufacturadas. La literatura, que una vez incitó al hombre a descubrir la pasión y el romanticismo, lo pervierte con imágenes exhibicionistas y relatos baratos carentes de ingenio que promueven el adulterio, el desenfreno y el egoísmo.

No toleramos faltas, pero negamos las nuestras. Nos devoramos los unos a los otros envidiando y degradando a los que aprovechan más sus cualidades; royendo los huesos del prójimo más débil. Idolatramos lo absurdo y lo amoral, bailamos al ritmo de iletrados mientras la tecnología nos embrutece y la ignorancia nos abraza segura e indiscriminadamente.

Al final, cuando el abismo nos mire a la cara, sólo queda contemplar nuestros últimos momentos con una ligera sonrisa olvidando ese futuro ilusorio que nos anestesió por tanto tiempo; ver el mundo como lo haría un niño con cáncer terminal en un parque de diversiones.

*Estudiante de Historia de la Facultad de Humanidades de la UAEM.

2 comentarios:

  1. Que onda Pueblita,que chido que te animes a escribir,inconfundible,al menos para mi tu manera de redactar,coincido contigo en que parece ya no haber espacio en el mundo para los que desean inventar,el ser humano,hoy disfruta mas con lo prefabricado.

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  2. hola Pueblita pues como te havia comentado ya en La Jornada, me gusto mucho tu nota auque la verdad despues de leerla me provoca cierta incertidumbre y pesimismo respecto a la situación actual de las Humanidades, entonces cuales serian las acciones a seguir por parte de nosotros los que buscamos dedicarnos, aportar y vivir de estas Ciencias.
    ¿que es lo que haremos? creo que un primer paso seria el organizarnos y buscar intercambiar opiniones atraves de medios como lo es Torre de Babel, o por el contrario podriamos quedarnos sentados a ver cuando el Tartaro habra sus puestas y nos engulla, o que el Apocalipsis se desencadene, si es que va a ser un pago por evento me gustaria verlo en primera Fila.

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