Carla
Natalia Martínez González*
El olor a incertidumbre
invade la plaza, el dolor se siente en cada paso que doy. “La muerte está
aquí”, dijo mi abuela, “nos vino a rasgar el alma”. Esta frase se quedó en mi
cabeza el día de ayer. Desde el 27 de septiembre hay un silencio solemne en
México, aunque la vida parece igual de rutinaria, todos y todas sabemos que ya
nada es igual, ni lo será. Los seis asesinatos y la desaparición de cuarenta y tres estudiantes de la
Escuela Normal Rural de Ayotzinapa son actos reprobables y de los cuáles
alguien tiene que ser responsable.
Han pasado más de cuarenta años desde la matanza de 1968 y parecieraque
el Estado padece de ceguera y sordera
para juzgar a las autoridades responsables de estos actos contra la humanidad.
No podemos callar ni dejar de denunciar estos crímenes. La consigna:
“Ayotzinapa somos todos (as)” es un grito desesperado por externar que los
asesinos y las desapariciones no pueden continuar como si nada hubiera
ocurrido. ¿Acaso la vida de estos cuarenta y tres desaparecidos y seis
asesinatos no es igual a la de los hijos e hijas de los responsables?
Hoy las aulas están vacías, cientos de estudiantes de varias
instituciones educativas se han sumado a dejarlas para decir basta. Esto no
tendría que estar sucediendo, sin embargo, hemos sido testigos desde hace
cuarenta y seis años de estos crímenes generados por la corrupción de las
autoridades. Menciono a la corrupción porque, para el caso de Iguala, era un
hecho que el presidente municipal tenía vínculos con el narcotráfico a través
de los familiares de su esposa, lo peor es que las autoridades locales y
estatales y federales estaban al tanto. Incluso, el presidente de Igualafue demandado hacía
unos meses por desaparición y asesinato de un grupo de personas de Iguala, ¿y
qué hicieron las autoridades? Nada. Ahora vivimos las consecuencias de esta
ineficacia.
Apoco más de un mes de la muerte de los seis muchachos de la
normal de Atyozinapa, un aire frio recorre Méxicoy se ha hecho más perceptibleahora;
desde hace varias décadas ha ido creciendo: muertos (as) y desaparecidos (as)
en la guerra sucia, las muertas de Ciudad Juárez, los desaparecidos (as) y
muertos (as) por la “guerra” del narcotráfico, los (as) niños (as) calcinados
(as) en la guardería ABC… la lista es larga y están impunes. Este aire frío de
dolor no puede seguir creciendo en México.
*Estudiante de
Antropología de la Facultad de Humanidades, UAEM.
carlamartigon@gmail.com
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