*Miguel Ángel
Romero Méndez
El día de hoy, durante
mi recorrido, fui testigo de un incidente digno de contarse: recorría el parque
de los tlacuaches, aproximadamente a las 20:00 hrs, cuando me percaté de que
dos personas discutían. Me acerqué y pregunté qué pasaba. El primero en
responder fue el que se identificó como Diógenes Uribe, que dijo ser “filósofo,
consejero aúlico de la verdad, maestro de los misterios pitagóricos y guardián
de la casa del Ser”. Dijo que “repasaba el antiquísimo problema de la
posibilidad de existencia del vacío” cuando percibió “clara y distintamente”
que se acercaba a él “una jauría de perros ferales que parecían descender del
mismísimo Cerbero”, frente a los cuales “Escila y Caribdis daban risa” y de la
cual sólo pudo escapar gracias a que en su mochila llevaba varios voluminosos
volúmenes de Hegel, con los cuales se defendió como la Providencia le dio a
entender y gracias a los cuales pudo “salir airoso de tan difícil trance”.
Afirmó que no era la primera vez que resultaba atacado por esas “bestias del
infierno” y que la propietaria de tales fieras estuvo presente durante el
ataque “sin inmutarse ni parpadear pese que a que estaba en riesgo una mente
brillante”. La dueña de los canes, de nombre Irene Menchaca, rechazó la versión
del filósofo. Dijo que no existía tal jauría de perros, que uno de los perros
apenas medía veinte centímetros de alzada y que en ningún momento lo atacaron;
que varias veces lo había sorprendido jugando; que esta ocasión no fue
diferente y que vio los perros jugaban
con él antes de que estos le arrebataran la bolsa que traía en la mano y “el
maniaco” empezara a perseguirlos mientras gritaba que no dejaría “que unos
cuadrúpedos se burlaran de la especie de los bípedos implumes”. El filósofo
Diógenes negó rotundamente que fuera cierto, pero posteriormente señaló que
probablemente las personas tenían razón puesto que “no sería la primera vez que
los sentidos engañaran a una persona”, incluso si la persona “es un filósofo de
futuro prometedor”. Que sí, que recordaba “no en un sentido platónico sino en
un sentido pedestre”, que había jugado con los perros, puesto que era más
schopenhaueriano que spinoziano; que los perros le habían arrebatado la bolsa
que contenía “una exquisita pata de vaca”; que los persiguió durante un rato
antes de que su carrera fuera frenada por una bolsa de mano que se estrelló en
su cara; que se levantó y que por eso
discutían. Les dije dejaran de discutir
y en su lugar expresaran que necesitaban
para zanjar el problema. Ella dijo que una disculpa por tratar mal a sus
mascotas. Él dijo que no tenía problema
en disculparse siempre y cuando le repusieran su pata de vaca. Ella dijo que no
tenía pata de vaca pero sí unas albóndigas. Él dijo que la res; pensante,
extensa, en forma de pata o de albóndigas no deja de ser res y aceptó de buen
modo.
*Estudiante de
filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM
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