Patricia
Romero Ramírez*
La
mini-ficción, como Citlali Ferrer lo explica, es pasar por un embudo una gran
idea y recoger solamente lo que salga del conducto delgado. Es aquello
brevísimo que sin extender de una cuartilla contenga como mínimo dos
personajes, una situación dramática y una profundidad.
Augusto
Monterroso, escritor Guatemalteco y maestro de la mini-ficción escribió:
"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí" que es conocido
como el relato más breve de la literatura universal, y sobre el cual se han
escrito innumerables análisis y textos.
La
figura del dinosaurio remite a un animal extinguido e imposible. Un monstruo.
Pero un monstruo asiduo y cotidiano a fuerza de ser convocado y modelado en
sueños, de ser utilizado como metáfora en diversas esferas. No obstante, el
dinosaurio puede ser también solo la figura fantástica e inocente recreada en
los textos de ficción. A continuación yo presento a mi dinosaurio, inocente,
cálido, lejos de ser monstruoso o político, porque también necesitamos un poco
de esto en la actualidad, un pequeño refugio fantástico que nos salve de del
derrumbe mundial.
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El
trasero lo tenía ya entumecido, dos horas sentado en aquel árbol no eran para
menos, comenzó entonces a idear una estrategia. Pensaba que si aquel grandulón
se quedaba dormido, quizá podría bajar en silencio y huir de puntillas. El
problema era dormirlo, ¿cómo se hace eso con un dinosaurio? La pregunta daba
vueltas en su cabeza y no conseguía la respuesta.
Mientras
tanto, el tiranosaurio se paseaba de un lado para otro; esperaba que el hombre
decidiera bajar y le regalara una de esas galletas que llevaba en su bolsillo,
¡qué egoísta!, decía el dinosaurio, sólo quiero una galleta, no el paquete
completo.
Después
de un rato el hombre recordó que su madre le cantaba cuando era niño para que
se durmiera, buscó en su repertorio la melodía más dulce y comenzó a entonarla.
Al escuchar la primera tonada, el dinosaurio paró la oreja y prestó atención.
Al contrario de lo que el sujeto pensaba, en lugar de dormir comenzó a pegar
unos gruñidos impresionantes, pues la voz tan desafinada le lastimaba, lo
miraba extrañado y pensaba para sí: ¡habrase visto personaje más tonto, qué
aullidos! El individuo se sentía dando concierto, entonaba una y otra vez las
notas de “a la rorro niño”.
No
pasó mucho tiempo para que el dinosaurio desistiera y decidiera marcharse
mientras a gruñidos decía: pobres de las bestias que comen humanos, qué horror
y tormento debe ser escuchar cantar diario a tu comida.
*Estudiante
de Letras Hispánicas de la Facultad de Humanidades, UAEM.
andro0717@gmail.com
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