sábado, 14 de febrero de 2015

Carta de un Shinigami

Rodrigo Alexander Uribe Cevallos*

No, en este momento ya no me aterra la muerte, lo que me causa temor es lo que ocurrió antes de eso. La muerte llega hasta el último segundo, y ni siquiera en ese momento se encuentra presente. De ella nunca tendrás conciencia, sólo una proyección creada por la memoria de una forma del cambio de la materia, a la que comúnmente denominan “muerte”. Y ante esa expectativa propia, se angustian. Se saben finitos, pertenecientes a lo físico, pero tienen esperanza en trascender al alimento de gusanos que daría un poco de dignidad a su existencia sintética. Pero, si es cierto que “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma” ¿por qué crees que el espíritu habría de ser diferente? El cuerpo putrefacto regresa a la materia y su existencia dejó huellas en la memoria de los que aún están presentes. Pero nosotros ya no estamos, ya no somos; y, si algo somos, sólo podríamos ser ausencia. Porque fuimos, en nuestra presencia, el mágico encuentro de un trozo de materia con esporas de la nada. Y el terror pertenece a ese momento mágico; ahí reside la angustia, en la posibilidad del dolor y el sufrimiento. Y es cierto, a ese momento mágico también pertenecen el placer y el amor,  pero tú entiendes mejor sobre esas cosas que yo. Lamentablemente, no puedo contestarte esa pregunta. Soy un Dios de la Muerte, y la muerte no está dentro de la vida, sino que la envuelve, la asecha, la atraviesa y la absorbe. Por eso estamos aquí, para recolectar memorias. Tus recuerdos son lo que eres; el momento que vives, este tiempo presente que experimentas, está compuesto por ellos. Poder recordar es vivir, y vivir es la posibilidad de producir más recuerdos.  Pero nosotros no podemos hacerlo, por lo cual, anotaré tu nombre en mi libreta después de que me cuentes el último. Es algo inevitable. Todos llevamos nuestro nombre en la frente, y ustedes, además,  una fecha. Esta última puede cambiar, pero tiene severas consecuencias hacerlo, incluso para nosotros. Pero desde hace tiempo esto ocurre con frecuencia debido al mundo que han creado. Sin embargo, me asombró ver que anotaste tu nombre en el pedazo de hoja que te envié para que me pudieras creer. Te dije que un trozo sólo causaría un leve accidente, como una caída en bici, pero ya sabrás que jugaba. Esa fiebre pudo dejarte en coma. Sé que no entiendes nuestro humor, y te molesta, pero lo único que tenemos es eso y el gusto por las manzanas. Por último, espero no dejes de regalarme algunas, sólo así puedo comerlas y sentir su sabor.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM. 

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