Patricia Romero Ramírez*
Día tras día nos paramos frente a la ventana a ver cómo el mundo se cae a pedazos. Antesquedaba la esperanza de que en algún lugar hubiera un refugio, algún lugar al que sepudiera llegar a sobrevivir con tranquilidad. Hoy, en cambio, se puede voltear a cualquiersitio con la seguridad de que no hay esperanza. Aquí hay una guerra, allá el terrorismo haceestallar un sitio en cualquier momento, acullá se matan y se persiguen estudiantes,librepensadores. Lo mismo es Israel que España, Chile o México; la libertad condicionadade la que "gozamos" se amenaza al salir a la calle, al hablar, al pensar, al criticar o protestar.La gente lo sabe, se queja, pero no despierta y no piensa despertar, parece que vivimoscontentos con el miedo, con las deudas y con el estrés de una cotidianeidad que nosconsume. Vivimos en un espejismo, una ilusión de confort creada para nuestras necesidadesinventadas. Buscamos crear ese algo que nos repita que de algún modo todavía somosfelices. Intentamos no escuchar que afuera hay un
disparo, un grito, un enfermo, unmiserable o un desaparecido que pueda aparecer en cualquier sitio, sí, pero muerto. Y entretanta indiferencia, entre tantos disfraces, ¿cómo iremos vestidos cuando la realidad nosllame a la puerta?, ¿qué haremos cuándo nos escupa a la cara ser tan irresponsables, tantorpes? Siempre nos compadécenos de ellos, de los otros, y es que a nosotros no nos pasa,nosotros tenemos la dicha y la comodidad de solo ver desde la venta, de solo tener lanecesidad de mandarles algunas palabras de aliento, una consigna.
Un día la realidad será tangible, nos llegará la guerra y el hambre, y un millón de sueñosrotos y futuros que no llegan. Por lo pronto parece que esperamos, y querremos despertar eldía que pasemos de testigos a víctimas, el día que quizá sea tarde para un hermano, unprimo, un amigo, un padre o para uno mismo. Mientras seguiremos observando a aquellosque cargan con el peso en los hombros, que buscan la forma de romper este espejismo, detrazar otro futuro, algo nuevo y mejor para todos. Quizá con esto un día la fuerza nos lleguea los pies y nos den ganas de salir para hacer algo, para dejar de pagar la crisis y el fraude,para dejar de recoger migajas. Quizá un día por fin salgamos, hagamos algo, cambiemosnosotros para cambiar el pequeño mundo en el que nos sumergimos a diario, quizá dealguna manera aún podamos lograr sentirnos más vivos.
*Estudiante de Letras Hispánicas de la Facultad de Humanidades, UAEM.
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