sábado, 5 de junio de 2010

Recortes visuales

Luis Andrés Hernández Rodríguez*
Sábado, 05 de junio de 2010

Recuerdo como si hubiera sido hoy por la mañana. Me adentré a una selva inhóspita fuera de lo común por aquellos rumbos del Amazonas, me llenaba de un constante miedo, una fuerza extraña me atraía más hacia el corazón de la selva. Por momentos, mi cuerpo se daba por vencido pero esa atracción a lo desconocido era más fuerte, en cuestión de segundos recobraba fuerzas, me veía obligado a seguir andante. Un día de tantos, elevé mi rostro para poder observar la belleza de la luz resplandeciente compactándose con las hojas de los árboles, mi mirada fija alcanzó a descubrir infinidad de pequeños hombrecillos, era observado hasta el más mínimo movimiento, comenzaron a emitir armoniosos cantos. Me veía envuelto y me enamoraba segundo a segundo, mi mente se alejó completamente de mis sentidos y mi corazón comenzó a descubrir sonidos nunca antes escuchados, entre susurros escuchaba: ¡Ella te espera! Aquellos hombrecillos bajaron apresuradamente, fui escoltado entre música y una enorme caravana hacia un valle lleno de frutos psicotrópicos nunca vistos, probé de todos ellos, el cielo se tornó naranja rojizo, comenzaron a invadirme esas ansias de danzar y ser parte de ellos. El anochecer se hizo presente y entre carcajadas de tranquilidad, una luz paradisíaca deslumbró el horizonte, una mujer de piel blanca y extremada belleza apareció en medio del valle. El silencio se adueñó de todo. La miré fijamente a los ojos, ella acarició la larga cabellera que caía por mis hombros y en instantes, desapareció. Comprendí que esa mujer misteriosa había sido esa fuerte atracción que me había conducido hasta ese lugar. Después de lo sucedido, todo me era extraño, solo quería regresar a ese lugar. Cuando me vi rodeado de las cuatro paredes de mi habitación, con la resaca después de una noche de ron blanco, todo fue tan complejo, las interrogantes resultaban cada vez más agresivas, tenía miedo de pensar que todo había sido una intoxicación mental, resultaba difícil imaginar que nunca volvería a vivir lo vivido en aquel valle rodeado de colores fluorescentes, de no poder volver a mirar a los ojos a aquella misteriosa mujer de la cual estaba enamorado. Me aterra pensar que sólo viviré con aquellos recortes visuales que perduran en mi mente.

*Estudiante de Historia de la Facultad de Humanidades UAEM

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