sábado, 8 de mayo de 2010

El Regreso

Davo Valdés de la Campa*
Sábado, 08 de mayo de 2010

La noche se apoderó del camino, con sus dedos largos y uñas afiladas rasgó el cielo y la esencia de las sombras se dispersó por el horizonte. El camión navegaba por la carretera como barco perdido a la deriva. Desde mi asiento observaba cómo se apagaba el sol entre parpadeos fortuitos. De pronto, el valle se iluminaba completamente por una nueva luz, mientras el sol se apagaba en la bóveda celeste. Todo parecía arder en un fuego uniforme y sereno. Girábamos por una curva pronunciada y por la ventana pude ver las miles o tal vez millones de luces que se aglomeraban en Cuernavaca. Atrás, la ciudad de México desaparecía en una línea cada vez menos reconocible. Podía ver los focos que alumbraban lo más alto del cerro, entre las barrancas malditas y los volcanes dormidos. Miraba los candiles que crecían y se minimizaban conforme me acercaba a la ciudad. La primavera se había esfumado para siempre.
Las luces, nacían, crecían y llenaban de vida la panorámica vista desde El Mirador. Se reproducían como una plaga. Cada una de ella es una historia: una vida. La inmensidad de ese mar de luminiscencia me atraía, me llevaba como un fantasma hacía sus puertas. En mi mente, contemplaba maravillado las casas, los patios, las personas que lloraban dentro de sus ventanas. Me estremecí. El tiempo era algo tan efímero en aquella travesía para mí. La noche daba vueltas, con ella los campos de sorgo y trigo, los montículos de paja, el eco de un cierto lamento, un lamento que parecía brotar del corazón del campo.
Las luces ya estaban impregnadas, brillando en todo el horizonte, despiertas y juguetonas ante los ojos de los que sufrían; resplandecían amenazando a las estrellas marchitas que reían en silencio. Los focos se convirtieron en algo cercano. Podía ver también a la gente sentada bajo los faros y cómo de pronto, algunas lámparas se apagaban misteriosamente. También se moría el tiempo y la melancolía de la carretera.
El camión seguía avanzando: parecía que no se detendría jamás, que no iba a ninguna parte.
Me pregunto dónde estoy. La luz me toca los ojos y entre tantas historias bifurcadas me cuestiono si estarás ahí, en algún lugar, esperando, aguardando el momento en que llegue a tí.
Hoy ya no encuentro brillo ni calor en las luces de esta triste ciudad. Lugar que pronto será devorado por una bestia tan hambrienta que su resplandor es el mismo infierno de la desolación.

*Estudiante de la Facultad de Humanidades de la UAEM

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