domingo, 11 de agosto de 2013

“¿Qué significa escribir?”

Miguel Ángel Romero Méndez*
Sábado, 3 de agosto de 2013

Puesto que me cansé de garrapatear cuentitos filosóficos, había pensado en escribir mi opinión acerca de algún tema social. ¿Cómo cuál? El que sea, en la calle hay cantidad: parquímetros mal puestos, baches, nepotismo, corrupción, etc. Pero, mientras lustraba uno de mis doscientos pares de zapatos, pensé algunas cosas que me hicieron abandonar el proyecto. La primera: ¿a quién le importa lo que yo piense? La segunda: ¿me considero tan inteligente como para creer que voy a decir algo que no pueda pensar por sí mismo el lector? La tercera: alguna vez leí que el periódico de hoy es el papel con el que envuelven el pescado de mañana. Como quien dice, lo que hoy escribes y vale oro, mañana bien puede no valer nada. Aunque quizá sólo era una invitación para comprar pescado, porque ya no recuerdo dónde lo leí. La cosa es que pensé: en todo caso, mejor les cuento de cuando salí de chambelán, es más entretenido. Farfullé: no, por una vez, seamos serios. Así que voy a aprovechar este espacio para hablarles un poco sobre la filosofía, concretamente, sobre su escritura. Cuando uno lee un texto de filosofía: a) se tiene la sensación de que dice algo profundo e importante; b) no se comprende nada de lo que dice; c) una combinación de las dos anteriores. Esto puede llevar a pensar que el filósofo es un sobrehumano que escribe en una especie de trance, que dice verdades reveladas, que camina como león en su jaula y de repente ¡ahí está! ¡La inspiración! Y escribe su tratado de doscientas treinta y seis páginas. Pero no es así. O no siempre. Lo que muchas veces el lector pasa por alto es que detrás de ese libro enigmático o incomprensible, están muchas horas de trabajo. Y lo que el filósofo olvida es que no todo el mundo está interesado por el mismo tema que él y menos aún, que muy pocos han leído lo que él. ¿El resultado? Como decía Pepe “El toro”, el rico no quiere al pobre y el pobre no quiere al rico. Dejo al criterio del lector decidir quién es el pobre y quién es el rico. En fin, para concluir este ensayo de veinte líneas voy a hacer dos sugerencias. La primera: el libro “Invitación a la filosofía” de Comte Sponville. La segunda: no guarden su dinero en cajas de huevo, no sean corrientes.

*Estudiante de filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM

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