sábado, 10 de marzo de 2012

El lado cultural del dolor

Sábado, 25 de febrero de 2012
Samantha Brito*

La desnudez con la que nacemos ha sido reprimida incansablemente después de sorprenderse de la belleza sin tapujos, ese cuerpo blando, sin nada, sin significado. Somos como un lienzo que conforme pasa el tiempo, la supervivencia exige la adaptación y adopción de formas de realizar cuanto acto sea necesario, con su posterior carga simbólica y de significado. Sin embargo, una vez que se establecen las instituciones y las relaciones sociales, quedan instaurados los discursos y las prácticas, envueltas de un aura de idealismo, que lleva implícito el deber ser institucional y una jerarquización. De ahí que no todas las personas seamos iguales, sino que todos tenemos una posición diferenciada en el mundo. 
Ese deber institucional coercitivo e idealista se nos impone porque tenemos que formar parte de una sociedad que nos acoja y nos permita desarrollarnos como seres sociales que somos. Pero cuando se insiste en acatar los patrones culturales en el amor, el sexo, el matrimonio, la familia y el éxito, las pruebas empíricas demuestran lo contrario: no necesariamente tiene ni debe ser así. Estas reglas institucionales que nos regulan cuentan con un discurso ambicioso, pero las prácticas concretas desmienten la universalidad occidental impuesta. 
Todo lo anterior genera distintos tipos de reacciones emotivas que pueden converger en alegría, dolor, pasión, frustración, indiferencia, sublevación, trascendencia. Aquí intento ambiciosamente explicar el por qué los individuos alimentan emociones, que fuera de toda mirada etnocentrista, acaban con sus vidas sumergidas en la frustración y el dolor cuando no encuentran sostén dentro de su cultura. 
Esas imposiciones discursivas que se manifiestan en el inconsciente y consiente de las personas convergen en una supuesta incompletud del ser, y son más las repercusiones cuando estas circunstancias son atravesadas por las relaciones entre los géneros y los sistemas económicos encaminados al consumo y acumulación de bienes. 
Cuando hablamos de los estereotipos de género, sobresalen la maternidad y el matrimonio como ritos de paso que te erigen como un ser (mujer) social, los bienes materiales y económicos (perro, carro último modelo), la creencia judeocristiana de la vida y la muerte. Con respecto a los varones, ser proveedor, tener aptitudes de cortejo y copula impresionantes, portar el estandarte opuesto a las mujeres: la dominación. 
Y cuando por alguna circunstancia no entramos en los estereotipos oficiales, comienza ese malestar que provoca la cultura, los cuestionamientos metafísicos de quién soy, qué soy, a dónde voy, por qué quiero lo que quiero y no lo que debe ser, lo cual conduce a un interminable camino hacia la incertidumbre, a la nada, porque no hay normalidad ni realidad, sencillamente somos. 

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario