sábado, 9 de octubre de 2010

“¿Es lo menos?”: el sabroso arte del regateo

Samantha Brito*


Como una alternativa cercana, posible y aventurera, unos amigos y yo decidimos ir a vender artículos, que bajo el criterio obligado de desprendernos de todo lo material, juntamos todo cuanto pudiera pedirse algo a cambio, preferiblemente dinero en el tianguis dominical de Chamilpa.
Llegamos temprano con una esperanza conmovedora que nos impulsaba a gritar: ¡Páseeeeleee, páseleee! O algo así como “¡No lo vendo, lo remato, llévele! sin embargo, no habíamos atendido que dentro del tianguis se edificaba un espacio con jerarquías establecidas y una posibilidad de reproducir el agandalle; tanto de hombres como mujeres a través del regateo.
Estábamos extendiendo nuestro puestecito, con unas bolsas negras de basura y aún no colocando los objetos en el suelo, dos personas se acercaron a cerciorarse de las cosas que traíamos.
Un señor, de aspecto cincuentón, de barba y cabellos grises me preguntó inquisidoramente: ¿A cuánto los tenis? No es por exagerarle al lector la calidad pero eran un par de tenis converse, color verde agua y que solamente tres ocasiones habían sido utilizados. Con estos antecedentes, me atreví a contestarle que me diera 100 pesos por ellos, siendo que en las tiendas rebasaban los trescientos.
Con una mirada de ¿qué dices?, me respondió estoico, “no puedes dar caro en un tianguis”, pero muy a pesar de la tranquilidad de su voz, se perfilaba en cada palabra, la imposición varonil dentro de un espacio comercial y que realmente lo que me dieran por mis cosas, no iba a ser otra cantidad más que el otro quisiera darme. Ese otro que podía ser un re-vendedor o cualquier interesado con la experiencia del arte del regateo, y con ello, me di cuenta que podía regalar hasta el alma sino me ponía a las vivas.
En fin, todo esto, representaba una estrategia alterna de sobrevivencia económica, aún cuando fuese la cantidad que fuese, sería dinero que nadie me daría. Recordé que soy universitaria, humanista y si mi suerte lo dictaba, en unos años, una dichosa o frustrada antropóloga.
Independientemente de esto, el tianguis como un espacio reflector de la cultura reclama atención para vislumbrar aspectos de los individuos como la expresión de una sociedad, en donde se nos ofrecen las gangas, lo que permite acceder a la estabilidad y bienestar; sentirse pudientes en un tiempo de crisis económica y social, construyéndose como una posibilidad de recreación, es decir, estar en crisis, pero ir de compras, obteniendo desde un termo hasta unos calzones no tan lindos de a peso.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM
lamunequitaverde@hotmail.com

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