sábado, 28 de agosto de 2010

¿Y si quizás?

Everardo Martínez Paco*
Sábado, 28 de agosto de 2010

Absorto a mis pensamientos decidí caminar, estaba un poco cansado de correr y correr, apretaba mi puño con fuerza para de esta manera resguardar lo que entre mis dedos llevaba, me preguntaba: qué estaría haciendo en esos precisos momentos mi madre. Quizás estaría lavando la ropa que mi padre usaría para su flamante trabajo de chofer de microbús o quizás le estaría dando nuevamente esa comida fría y vieja especialidad de ella a esos pequeños hijos que supongo son hermanos míos, que igual que yo si pudieran, ya habrían salido corriendo, o tal vez, digo sólo tal vez, mi padre le estaría dando ese puñetazo sordo típico de él. Mis pasos se fueron haciendo cada vez más lentos, mi puño no apretaba con las misma intensidad, por un momento pensé en mi pequeño tesoro… Me pregunté qué estaría haciendo mi padre, quizás estaría ingiriendo una caguama, pero sólo una, o tal vez estaría tocando a uno de mis hermanos como hace mucho lo hizo conmigo, o tal vez estaría recostado, solamente recostado sin hacer nada. Mis pasos ya no se escuchaban, mi puño ya no sostenía nada, tenía la cabeza entre mis rodillas, las lágrimas corrían profundamente por mis mejillas, saqué de entre mis manos mi “mona”, la devoré como si fuera una enorme, suculenta y rica pieza de pollo, y me pregunté qué estaría haciendo mi madre, quizás estaría recogiendo el traje de papá de la tintorería, quizás estaría horneando un maravilloso pastel de manzana, o quizás estaría jugando con mis hermanos como lo hizo conmigo alguna vez, tiré la “mona”, recogí mi pequeño tesoro y caminé. Me pregunté qué estaría haciendo papá, quizás estaría tomando un poco de vino tinto, quizás le estaría leyendo un cuento a alguno de mis hermanos como sólo él lo sabe hacer, o tal vez estaría en su estudio, adelantando su trabajo o escribiendo algún bello poema, unas frías palabras me sacan de tan bello panorama pero las escucho muy lejos, ¡detente, alto ahí!, quiero pensar que no se refiere a mí, aprieto con fuerza mi puño y sigo caminando, ¡te he dicho que te detengas!, el espantoso sonido retumba en mis oídos, caigo sobre este hermoso charco de sangre, con mi mirada perdida, con la hermosa imagen de mis padres y me pregunto si quizás les hubiera gustado ese tesoro que llevaba para ellos.

*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM.

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