sábado, 31 de julio de 2010

El robo*

Davo Valdés de la Campa**
Sábado, 31 de julio de 2010

Me senté en aquel sofá gris para descansar. No estoy seguro de qué reposaba, ya que en realidad no había hecho nada más que levantarme de mi cama y caminar a la sala, donde descaradamente se encontraba aquel cínico sillón reclinable. Al tomar asiento me percaté de que mi sala se encontraba totalmente vacía. ¡Me habían robado todo! Sucedió mientras dormía despreocupadamente. Se llevaron: la mesa de centro, los cuadros falsos de Rembrant, el tequilero, la barra y los jarrones de porcelana china que me heredó mi abuela. También mi espada samurái, el estéreo, los sillones a excepción del cual me servía de refugio. La impresión que me causaba encontrarme solo en una habitación blanca y deshabitada era alimentada por el adormecimiento mental y para terminar de joder me quitaron mi disco de Stone Temple Pilots. Me sentí insignificante y más pequeño de lo normal. Decidí no levantarme, no llamar a la policía. Tan sólo me quedaría ahí, sentado, hasta que las cosas tuvieran sentido. Mientras eso pasaba observé la sala de esquina a esquina, recorrí con la mirada el techo lejano, las paredes pálidas y el suelo de caoba ¡Cuánto espacio! ¡Cuánto vacío...!
Me pregunté qué representaban aquel lugar y aquellas cosas hurtadas para mí. Estuve a dos segundos de descubrir la respuesta, sin embargo, una mancha café en la pared llamó mi atención y perdí la iluminación de la certidumbre. ¿Qué podía ser aquella imperfección en mi pulcra casa? De pronto recordé de golpe cómo años atrás mi padre había masacrado una cucaracha en aquella pared y dejó esa terrible mácula que yo ingenuamente tapé con un retrato familiar. La mancha nunca desapareció. Traté de recordar el orden de los objetos en la sala mientras mis dedos cabalgaban en el contorno del sofá. ¿Por qué no se lo habían llevado? Sólo Dios y los hijos de la chingada que me robaron lo sabían. Como un segundo fracturado, mi mente se tornó del color de las paredes y los pensamientos huyeron de mí despavoridos y agotados de sufrir. Permanecí inmóvil en el centro de la habitación observando la mancha marrón. No estaba cavilando nada, no reflexioné y mucho menos me lamenté por los sucesos recientes de mi cotidiana vida.
No sé cuánto tiempo pasó, ya que el reloj tampoco se encontraba en su lugar. Sin duda había pasado más de un día desde que reposé mi cuerpo en el diván hogareño y hallé el robo. Me levanté y descubrí que no sólo fui privado de mis pertenencias, también se habían llevado el tiempo. Aquel que sentado perdí y el cual nunca podré recuperar.

*Cuento incluido en el libro Relatos de un mundo depravado próximo a publicarse.
**Estudiante de Letras de la Facultad de Humanidades de la UAEM

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