sábado, 19 de septiembre de 2009

La gangrena de Morelos


Sábado, 19 de Septiembre de 2009

Si bien es cierto que la economía ha sufrido una debacle lamentable desde las altas esferas hasta tener un impacto trascendente en los sectores más vulnerables, también lo es que para rematar, padecemos un estado de putrefacción permanente en áreas sensibles como lo son la seguridad y la procuración de justicia, y esto precisamente se evidencia al momento de esperar (sentados) que las autoridades correspondientes nos garanticen nuestro derecho de ser y expresar, lo que nos conduce y sumerge cada vez más en miedos hasta llegar a la paranoia.

Y lo que es aún más paradójico, es que a quienes el Estado encomienda la protección de sus habitantes son quienes transgreden cotidianamente –hasta convertirse en algo más que normal– los derechos humanos, dejándonos en una total vulnerabilidad e incertidumbre, porque ahora no sé sabe de quién cuidarse, si de los que las autoridades quieren definir como delincuentes o de los supuestos guardianes del orden, que cada día se ven más involucrados en desapariciones, torturas, levantamientos y homicidios, que son listas interminables que quedan en sombras de impunidad y omisión.

Y no sólo es eso, sino que hay cada vez más tensión, parálisis y poco a poco la desaparición de una libertad, que desde siempre ha sido abstracta, pero con esto, se vuelve más utópica e inalcanzable. No se puede confiar en nadie. Sólo algunos cuantos nos atrevemos a caminar sin temor o mínimo no nos dejamos envolver de esa fobia social que se alimenta, crece y se reproduce hasta explotar.

Pareciera que son temas y opiniones trillados tanto en los discursos oficiales como de quienes nos inconformamos con la necrosis que vivimos día con día. La misma que orilla a Morelos a la amputación de la libertad de sus habitantes, de nuestros derechos humanos. Esa gangrena social que lo enferma y lo mutila cada vez más. ¿Qué quedará de Morelos? A esto, algunos cándidos cuestionarán de qué sirve insistir en opiniones redundantes que no llevan a nada, pero ¿de qué sirve también tanto silencio que cargamos históricamente? Es necesario ratificar nuestra denuncia, tal vez algún día se pueda escuchar a una sola voz, no se puede perder la fe, que ya bastante hemos perdido.

* Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades de la UAEM.

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