sábado, 14 de marzo de 2015

Testigo

Irais Osiris Leira Castillo*

Lo vi. La puerta se abrió de golpe y entró el ejecutor jalando de una soga a la víctima, mientras su cómplice lo empujaba y lo vareaba para que no se detuviera. Con cada tirón y cada azote, el inmolado jadeaba tortuosamente, pero el cómplice y el ejecutor parecían no inmutarse ante el horroroso sonido. Lo niños jugaban en donde sería el paso de la procesión. Al escuchar el chillido abrieron camino. Dejaron de ser niños para mutarse en  cómplices. Tomaron unas varas y entraron al ritual de los azotes hasta llegar a aquel cuarto sucio y mal oliente; cuando terminaron su tarea volvieron a ser niños, pero en sus rostros había risas maliciosas e indiferentes a lo que sucedería en aquel cuarto. Continuaron el juego.  El inmolado sabe lo que ocurrirá, su desesperación le da fuerza y consigue zafarse de sus ejecutores. Trata de correr hacia algún lugar cuando un golpe en la cabeza lo ha hecho titubear, trata de percibir de dónde vino y logra ver a uno de los niños con un tubo en la mano. El ejecutor se congratula de la victoria del pequeño aprendiz de verdugo y lo invita a someter nuevamente a la víctima, que cansado y resignado a su destino deja de luchar. El cómplice ata al sujeto de cabeza y lo cuelga de una viga vieja. Su escena ahora invertida alcanza a ver al ejecutor afilando un machete. El cómplice se hace a un lado y le cede el lugar a su maestro mientras permanece en una esquina para observar la masacre. El ejecutor sujeta el rostro de la víctima quien lo mira a los ojos invocando clemencia, pero su chillido suplicante se torna más fuerte cuando siente su cuello desgarrar. El dolor es agonizante y sabe que su muerte será lenta. No pierde de vista a los ojos de su ejecutor. Continua su esperanza de que le será perdonada la vida, pero la frialdad del asesino hace más agonizante el momento al prolongar lo que le queda de vida cuando invita al cómplice a continuar la tarea. El que ahora es su verdugo titubea al sujetar el instrumento y hace más dolorosa la acción. El ejecutor interviene y le muestra que debe sujetar firmemente el machete, y da el último corte. La víctima ha dejado de chillar pero su corazón sigue latiendo escasamente. Los ejecutores bajan el casi cadáver, parece que  han terminado porque el cerdo ha dejado de moverse, pero la tarea persiste;  deben vaciar el cuerpo. Los niños continúan jugando, un rio púrpura sale del cuarto y ellos chacotean en él. Brincan y ríen.


* Estudiante de Letras Hispánicas de la Facultad de Humanidades

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