sábado, 10 de mayo de 2014

De la muerte y otras argucias

Maricarmen Salazar
Sábado 10 de mayo del 2014

La muerte es unos de los hechos que más angustia al ser humano. Puede presentarse por una enfermedad, un accidente, una epidemia, una guerra o una catástrofe natural, pero lo que impacta no es la forma sino el hecho, no es la muerte en sí, sino nuestro estado de indefensión ante ella. Existen muchos placebos para tranquilizarnos, para justificarnos o para conformarnos: vida después de la muerte, reencarnación, transformación, trascendencia… 
Sin embargo, el temor a la muerte no ha sido suficiente para que el ser humano haya logrado elevar su capacidad humanitaria. La solidaridad suele estar determinada por intereses y conveniencias. Cada vez que hay una intervención por parte de los gobiernos para la resolución de un conflicto no es por la pena de tantas muertes, es por las pérdidas económicas y de poder que estos conflictos implican. Tampoco la intervención de empresas privadas es desinteresada, pues éstas solo buscan beneficiarse es aspectos de imagen, publicidad, reconocimiento y, sobre todo, de varo. Las instituciones que han surgido para mediar conflictos y evitar genocidios, hambrunas y destrucción tienen como dirigentes a diplomáticos que ganan miles de dólares, reciben recursos de los gobiernos, no se hacen cargo de sus gastos médicos, ni vacacionales, ni escolares y, por supuesto, tampoco resuelven los conflictos. Con respecto a las organizaciones de la sociedad civil, las tenemos de todo tipo: de derechos humanos y animales, de derechos laborales, en contra de la discriminación, a favor de la mujer, de la comunidad LGBT, entre otras, que reciben recursos y donaciones. Muchas hacen un arduo trabajo casi gratuito, a veces aportando del dinero propio y arriesgando su integridad física y moral. Otras, solo buscan lucrar.
Pareciera absurdo que necesitemos que la sensibilidad y la ética humana sean reguladas por instituciones, organizaciones de la sociedad civil o asociaciones de cualquier tipo. Sin embargo no lo es, porque por encima del temor a la muerte y la solidaridad, está el deseo de poder y no sólo por parte de quienes ya están en él, sino de una gran parte del mundo que considera necesaria una sociedad jerarquizada porque resulta un consuelo que haya alguien en una situación peor. Esa es una condición humana nefasta, pero común.

*Estudiante de Letras Hispánicas de la Facultad de Humanidades UAEM.



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