Mauricio Morales*
Una bala está adentro del revólver. Las balas
perdidas nunca llegan a su destino, ¿o sí? Por eso, desde ahora me convierto en
un abstemio del armamento y de la violencia. No fui hecho para ese trabajo ni
para generarlo, o tal vez esté a punto de cambiar de parecer.
Son las cuatro y media. Me encuentro pensando la
situación. Dos balas perdidas han causado problemas antes en mí. El primero fue
el remordimiento; el segundo fue presenciar una pérdida involuntaria. No sé qué
hacer. Me atrae mucho Karina, como para dejarme seducir y cumplir su voluntad,
pero eso también significa guiarme por el deseo, el deseo de estar con ella.
Quizá su padre es un obstáculo. Puede ser que el destino haya puesto esta arma
en mis manos. Ya no sería una bala perdida, sino una bala bien aprovechada, una
bala justiciera. Es hora. Saco el portafolio gris con el arma y la única bala
que le queda. Me dirijo a su casa.
Llego a su patio. Está afuera. Me estoy acercando a
ella. Nos vemos con un gesto de alegría. Pero qué… ¡si es su padre golpeador
que está tras su espalda! Pretende golpearla, pero esta vez no pienso
permitirlo. Abro el portafolio y tomo el arma sin importarme dónde estoy.
Disparo contra él. Ella grita. ¡¿Qué hice?! El padre la había puesto enfrente
de él para evitar ser herido. No puede ser. Otra bala perdida. Esa bala no era
para ella, sino para él. Corro hacia ella y pido auxilio sin recibir eco,
mientras el maldito me muestra una sonrisa burlona. Patrullas se escuchan desde
lejos. Vienen por mí, lo sé. Afrontaré mi verdadero destino ahora. Un destino
producido por las balas.
Toda bala es perdida. Toda bala ha sido perdida.
Todas las balas que accioné son perdidas. Algunas para bien, otras para mal.
Unas salvan, otras destruyen; destruyen la vida de otros, la vida de uno mismo.
Unas son justicieras, otras transgreden la justicia. Desde ahora ni una bala
más, ni una munición que represente dolor o destrucción, destrucción de
individuos, de sociedades, de seres humanos. Sé que no por tomar esta decisión
pararán los actos de violencia armados, pero sé que habrá un asesino menos en
este mundo, un asesino involuntario si me puedo nombrar a mí mismo así. Las
balas no terminarán de lastimar, la diferencia está en el uso efectivo que
puede hacer un individuo de ellas. Las balas perdidas no valen menos que las
balas “bien intencionadas”, ambas matan, únicamente el blanco cambia. Por eso,
toda bala no debe ser perdida, ni siquiera debe de existir en el espacio, ni
una, ni una bala más.
* Estudiante de Historia de la Facultad de
Humanidades, UAEM.