sábado, 28 de febrero de 2015

Sólo quería la galleta

Patricia Romero Ramírez*

La mini-ficción, como Citlali Ferrer lo explica, es pasar por un embudo una gran idea y recoger solamente lo que salga del conducto delgado. Es aquello brevísimo que sin extender de una cuartilla contenga como mínimo dos personajes, una situación dramática y una profundidad.
Augusto Monterroso, escritor Guatemalteco y maestro de la mini-ficción escribió: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí" que es conocido como el relato más breve de la literatura universal, y sobre el cual se han escrito innumerables análisis y textos.
La figura del dinosaurio remite a un animal extinguido e imposible. Un monstruo. Pero un monstruo asiduo y cotidiano a fuerza de ser convocado y modelado en sueños, de ser utilizado como metáfora en diversas esferas. No obstante, el dinosaurio puede ser también solo la figura fantástica e inocente recreada en los textos de ficción. A continuación yo presento a mi dinosaurio, inocente, cálido, lejos de ser monstruoso o político, porque también necesitamos un poco de esto en la actualidad, un pequeño refugio fantástico que nos salve de del derrumbe mundial.

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El trasero lo tenía ya entumecido, dos horas sentado en aquel árbol no eran para menos, comenzó entonces a idear una estrategia. Pensaba que si aquel grandulón se quedaba dormido, quizá podría bajar en silencio y huir de puntillas. El problema era dormirlo, ¿cómo se hace eso con un dinosaurio? La pregunta daba vueltas en su cabeza y no conseguía la respuesta.
Mientras tanto, el tiranosaurio se paseaba de un lado para otro; esperaba que el hombre decidiera bajar y le regalara una de esas galletas que llevaba en su bolsillo, ¡qué egoísta!, decía el dinosaurio, sólo quiero una galleta, no el paquete completo.
Después de un rato el hombre recordó que su madre le cantaba cuando era niño para que se durmiera, buscó en su repertorio la melodía más dulce y comenzó a entonarla. Al escuchar la primera tonada, el dinosaurio paró la oreja y prestó atención. Al contrario de lo que el sujeto pensaba, en lugar de dormir comenzó a pegar unos gruñidos impresionantes, pues la voz tan desafinada le lastimaba, lo miraba extrañado y pensaba para sí: ¡habrase visto personaje más tonto, qué aullidos! El individuo se sentía dando concierto, entonaba una y otra vez las notas de “a la rorro niño”.
No pasó mucho tiempo para que el dinosaurio desistiera y decidiera marcharse mientras a gruñidos decía: pobres de las bestias que comen humanos, qué horror y tormento debe ser escuchar cantar diario a tu comida.

*Estudiante de Letras Hispánicas de la Facultad de Humanidades, UAEM.

andro0717@gmail.com

sábado, 21 de febrero de 2015

EL GATO

Carla Martínez*

No habían revisado la cisterna de mi casa por lo menos en seis meses y cuando se detectó la fuga fue cuando nos enteramos. Saber que me había bañado por meses con agua con eses de gato me ponía la piel chinita. Durante un tiempo no pude dormir bien, estaba ansioso, escuchar maullidos en la calle me ponía a temblar y me arrancaba mechones de cabello. La gente comenzó a preguntarme por qué me desvelaba tanto. Poco a poco empecé a tener la sensación de tener pelos en mi cuerpo, el mal dormir se convirtió en insomnio. Mi día se volvió un martirio. La gente se alejaba en los camiones, en el trabajo se portaban amables pero algo había cambiado, pensé que me habían descubierto. El olor a eses de gato estaba en mi nariz a cada instante, me rociaba perfumes para que desapareciera. Me bañaba tres veces al día. Después de dos meses me mudé de casa. Los compañeros del trabajo se fueron distanciando poco a poco, mi jefe me dijo que me adelantaría las vacaciones. Durante éstas mejoré: ya no me limpiaba a cada rato, el olor de mi nariz comenzó a desaparecer, lo único que permanecía era que ver gatos o escucharlos me ponía nervioso. Mi semana de vacaciones terminó. Volví a casa. En mi trabajo comencé a ser el de antes.
Una mañana, iba rumbo a la casa de mi hermana, era mi trigésimo segundo cumpleaños y lo celebraríamos en su casa. Al llegar encontré a toda mi familia y algunos amigos. Estaba muy contento. Habían preparado mi comida preferida, fue una estupenda reunión. La hora de los regalos llegó, me dieron corbatas, libros, tazas grabadas con frases de mi poeta preferido, recopilaciones de músicos de rock, una agenda y en una caja mi sobrino me regaló lo impensable: un gato gris de ojos amarillos. La fiesta concluyó y mi hermana me dijo que después de tantas copas me quedara en su casa por esa noche. Mi sobrino insistió en que durmiera en su habitación juntos, nos llevábamos muy bien. Me solicitó que el gato se dormiría en el cuarto. Acepté creyendo que lo había superado. Era media noche y yo no podía dormir, como a la una de la mañana el sueño y las copas me cerraron los ojos. No obstante, como a las cuatro una mirada intensa estaba fija sobre mí. No lo soporté más, le clavé las uñas en esa mirada y se los saqué. Cuando reaccioné no era un maullido lo que escuchaba, era el grito de horror de mi hermana al ver a su hijo ensangrentado mientras el gato dormía en su caja de cartón.

*Estudiante de Antropología Social de la UAEM

Carlamartigon@gmail.com

sábado, 14 de febrero de 2015

Carta de un Shinigami

Rodrigo Alexander Uribe Cevallos*

No, en este momento ya no me aterra la muerte, lo que me causa temor es lo que ocurrió antes de eso. La muerte llega hasta el último segundo, y ni siquiera en ese momento se encuentra presente. De ella nunca tendrás conciencia, sólo una proyección creada por la memoria de una forma del cambio de la materia, a la que comúnmente denominan “muerte”. Y ante esa expectativa propia, se angustian. Se saben finitos, pertenecientes a lo físico, pero tienen esperanza en trascender al alimento de gusanos que daría un poco de dignidad a su existencia sintética. Pero, si es cierto que “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma” ¿por qué crees que el espíritu habría de ser diferente? El cuerpo putrefacto regresa a la materia y su existencia dejó huellas en la memoria de los que aún están presentes. Pero nosotros ya no estamos, ya no somos; y, si algo somos, sólo podríamos ser ausencia. Porque fuimos, en nuestra presencia, el mágico encuentro de un trozo de materia con esporas de la nada. Y el terror pertenece a ese momento mágico; ahí reside la angustia, en la posibilidad del dolor y el sufrimiento. Y es cierto, a ese momento mágico también pertenecen el placer y el amor,  pero tú entiendes mejor sobre esas cosas que yo. Lamentablemente, no puedo contestarte esa pregunta. Soy un Dios de la Muerte, y la muerte no está dentro de la vida, sino que la envuelve, la asecha, la atraviesa y la absorbe. Por eso estamos aquí, para recolectar memorias. Tus recuerdos son lo que eres; el momento que vives, este tiempo presente que experimentas, está compuesto por ellos. Poder recordar es vivir, y vivir es la posibilidad de producir más recuerdos.  Pero nosotros no podemos hacerlo, por lo cual, anotaré tu nombre en mi libreta después de que me cuentes el último. Es algo inevitable. Todos llevamos nuestro nombre en la frente, y ustedes, además,  una fecha. Esta última puede cambiar, pero tiene severas consecuencias hacerlo, incluso para nosotros. Pero desde hace tiempo esto ocurre con frecuencia debido al mundo que han creado. Sin embargo, me asombró ver que anotaste tu nombre en el pedazo de hoja que te envié para que me pudieras creer. Te dije que un trozo sólo causaría un leve accidente, como una caída en bici, pero ya sabrás que jugaba. Esa fiebre pudo dejarte en coma. Sé que no entiendes nuestro humor, y te molesta, pero lo único que tenemos es eso y el gusto por las manzanas. Por último, espero no dejes de regalarme algunas, sólo así puedo comerlas y sentir su sabor.

*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM.