sábado, 19 de julio de 2014

Elementos para el estudio de “las masculinidades” y el ser hombre

Carla N. Martínez González*

La presente columna es una reseña de un artículo que se titula “Connell’s concept of hegemonic masculinity: A critique” (2001) de Demetrakis Z. Demetriou. El autor cuestiona un concepto de Connell e inicia con la pregunta: ¿concebir la «masculinidad hegemónica» como blanca, heterosexual y homogénea, no desdibuja la reproducción del patriarcado?  Para cavilar en esta pregunta, el artículo se compone de tres partes: 
1.- En esta parte se comentan algunos aportes de Connell. Este último autor propuso el concepto de «masculinidad hegemónica» por lo que puso en tela de juicio a la teoría del rol sexual. Además su definición sobre el género permite situar al género en distintos contextos sociohistóricos y pensarlo desde la raza, la clase o la generación. Habla que la hegemonía masculina contiene tanto una  masculinidad hegemónica externa (sobre las mujeres) y otra interna (sobre los gay, clase trabajadora y masculinidades negras). Señala que la «masculinidad cómplice» es aquella donde los hombres tienen dividendos del patriarcado aun cuando no participen del modelo hegemónico. 
2.- Demetrakis se distancia de Connell, porque aunque este último distingue la hegemonía interna, no considera que las masculinidades subordinadas y marginadas tengan efectos en la construcción del modelo hegemónico. El autor intenta deconstruir el binarismo de masculinidades hegemónicas y no hegemónica retomado el concepto gramsciano de  «historic bloc» y «hybridity» de Bhabh, a partir de estos propone «masculinity hegemonic bloc» a la reconfiguración de prácticas de diversas masculinidades con el fin de asegurar la reproducción del patriarcado. 
3.- Se pone como ejemplo el estudio de caso de las masculinidades gay, las cuales señala como parte de la construcción del «hegemonic bloc» contemporáneo. Hace un recuento de la imagen de la cultura gay, desde las holly houses hasta las estrategias de marketing, cine y la moda de las últimas tres décadas. Demetrakis señala que  la visibilización de esta cultura  ha reconstruido el modelo hegemónico de masculinidades y muchos elementos de ésta constituyen el «masculinity hegemonic bloc» invisibilizando el dividendo patriarcal, por lo que vuelve más compleja la transformación, porque hay discursos y prácticas que parecerían contrahegemonicas y progresivas, pero pudieran ser engañosas.
carlamartigon@gmail.com
*Estudiante de Antropología de la Facultad de Humanidades UAEM.


sábado, 12 de julio de 2014

El mito: conceptos, propósito y explicación

Mauricio Morales*

El mito es tan antiguo como la aparición misma del hombre. De acuerdo con el Diccionario de uso del español (1907), el concepto de mito tiene tres acepciones: a) Fábula o relato, especialmente en que se refiere a acciones de dioses y héroes; b) Lo que por su trascendencia o por sus cualidades se convierte en un modelo o en un prototipo entra a formar parte de la historia; c) Relato o historia que quiere pasar como verdadero/a o que sólo existe en la imaginación. 
Nos enmarcamos bajo las anteriores definiciones para situar al mito en una composición narrativa de doble filo: histórica y literaria. El filósofo Ernst Cassirer ilustra su definición de mito con la siguiente afirmación: “Aunque los mitos son la expresión de un pasado que nunca tuvo presente que son confusiones del lenguaje, es fácil conseguir en ellos rastros de la psicología y del pueblo creador”. Por ello, los mitos constituyen una parte crucial del hombre, puesto que están íntimamente ligados al lenguaje (a pesar de que el filósofo no lo considere así), al igual que con el arte, la poesía y el pensamiento histórico más remoto. El mito podría señalarse como el preludio de las formas discursivas racionalizadas. 
Asimismo, el relato mítico es creado para con el objetivo de enseñar algo con un sesgo religioso (en el caso de los mitos arcaicos) o político (con conceptos como democracia), por mencionar unos ejemplos. Su función es intentar de responder las cosas que nos rodean, así como la naturaleza del hombre. También en la multiplicación de los mitos a lo largo de la historia en sus distintas variantes, se han personificado a los fenómenos naturales como en el caso de los mitos griegos que transfiguraron el carácter peligroso del rayo y del trueno con la creación del temible dios Zeus, la agresividad de los mares con Poseidón o el salvajismo de la guerra con Ares.
La explicación del relato mítico está estrechamente ligada con un dominio del lenguaje, además de figuras retóricas que hacen posible la fácil comprensión y credibilidad del mismo. Quizá valdría la pena preguntar: ¿Es posible vivir sin mitos? Seguramente no, ya que el hombre los necesita para legitimar sus hazañas históricas, para tener un antecedente de lo que por ciertas circunstancias o hechos llegamos a ser lo que somos en la actualidad. El mito es una frontera entre la realidad y la ficción, por lo que será creíble para quien así lo quiera tomar.
*Estudiante de Historia de la Facultad de Humanidades UAEM.

sábado, 5 de julio de 2014

El nombre de las cosas

Miguel Ángel Romero Méndez*

Milos era un escritor perdido en el mar de los escritores. No podría decirse que fuera mediocre, aunque tampoco destacaba por algo. Ese era su pecado. Decidido a cambiar su situación, ideó un proyecto que le permitiera salir de la medianía. La idea le surgió cuando el azar o la Fortuna pusieron en su camino un libro que contenía un breve tratado sobre la cábala judía. Allí leyó que todo lo creado y todo lo hablado procede de un nombre, que las letras del alfabeto poseen un orden secreto, mágico; que el orden de una secuencia de palabras es capaz de determinar el ser de las cosas y que todos poseemos un nombre secreto. Si una vez un hombre intentó reescribir el Quijote, el fue más ambicioso: intentaría escribir a alguien. No escribirle a alguien. No escribir algo para que alguien lo leyera. No, el pretendía escribir a alguien. Del mismo modo que se le retrata o se le pinta. Pretendía dejar cada rasgo de esa persona a la que escribiera estuviera presente en cada letra y en cada signo. Una palabra representaría el gesto que hace cuando no le gusta algo; una coma, el tono de su voz cuando tiene miedo. Y lo mismo con cada característica de la persona. Pasaron los años y las cosas no avanzaban. La escritura siempre le parecía demasiado superficial, demasiado rebuscada, poco afín a la verdadera naturaleza de quien pretendía escribir. Cada día que pasaba, detestaba más esa idea pero al mismo tiempo se obsesionaba más con ella. Todos coinciden en que el proyecto no fue sino una cadena de errores. Erró al plantear algo de esas dimensiones. Erró al medir sus facultades. Pero sobre todo, erró al elegir como modelo a esa mujer que lo había cautivado. Desesperado, se alejó del mundo y pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su casa, repitiendo letanías, con la esperanza de poder cambiar algo dentro de sí (también lo había leído en el tratado sobre la cábala), para poder terminar lo que había empezado. Nadie sabrá jamás si esas letanías lo afectaron; lo cierto es que nunca volvió a ser el mismo. Ya casi no se reía, ni comía, ni hablaba con las personas y cuando lo hacía, hablaba de sí mismo en tercera persona, convencido de que él era otra cosa. Una noche despertó gritando: ¡Oh, tú, ataviada con suave terciopelo! ¿Estás aquí? Milos nunca volvió de aquella noche.
*Estudiante de Filosofía de la Facultad de Humanidades UAEM